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Bill Murray: "A veces pienso que podía haber sido una estrella de rock"

22/04/2018 - 

VALÈNCIA. Las entrevistas con Bill Murray (Illinois, 1950) van del estupor a la carcajada, de la certeza de que la conversación es insalvable al giro inesperado hacia la respuesta sensata. Y vuelta a empezar. El icónico cómico de los ochenta, y de los noventa, y de este siglo, igual canta que contesta con guasa, con deje de vividor o con visos de ponerse nostálgico. El protagonista de Los cazafantasmas (Ivan Reitman, 1984), Atrapado en el tiempo (Harold Ramis, 1993) y Lost in Translation (Sofia Coppola, 2004) atiende a Cultur Plaza durante la Berlinale, en la promoción de la última película de las ocho que ha rodado bajo las órdenes de Wes Anderson, Isla de perros. En esta fábula de animación presta su voz a un can mestizo, robusto y moteado, mascota de un equipo de béisbol. Razón de peso para ver el filme en versión original. La  genialidad se alzó con el Oso de Plata al mejor director y Murray fue el suplente designado para recibirlo. Su discurso de agradecimiento ya se ha incorporado al catálogo de frases míticas, ya sean escritas por él mismo o por otros, que pueden asomar a una taza de café, un libro de colorear o una funda de móvil: “Nunca pensé que iría a trabajar como un perro y volvería a casa con un oso”. Que comience la fiesta. Arranca la charla.

-¿A qué viene tanta reiteración con Wes Anderson?
-Esa respuesta me la sé. Wes me encanta. Es mi amigo. Me gusta hablar con él de cualquier tema. Me encanta visitarle. Aplaudo que haya decidido dedicar su vida a hacer películas. En esta ocasión, el proceso de producción fue atípico. Desgraciadamente, el elenco no hemos podido acompañarle a una preciosa localización durante dos meses. Nuestro trabajo se ha limitado a una sesión de grabación de las voces. De hecho, la promoción nos está ocupando un 200% más de tiempo que hacer la película. Es bien raro.

-Debes ser el mayor experto en Wes Anderson en Hollywood, porque has trabajado con él hasta en ocho ocasiones, así que dime ¿qué lo hace tan especial?
-No es un secreto. Hay un cualidad intencional. Por ejemplo, si un día planea pillar un tren a las 21 y a las 20 tomarse tres vasos de Riesling en la estación, así sucede. Del mismo modo que si pretende hacer una película en la que darle un papel a Yoko Ono (la artista japonesa tiene un cameo en Isla de perros), ocurre. Mientras otros fantasean con qué pasaría si, él provoca que suceda. Tiene una mente muy metódica. 

-¿Hasta qué punto?
-Si fueras a su casa, lo comprenderías. Nada está fuera de lugar. Si sus zapatos no están bien ordenados en el ropero, no puede pasar a la tarea siguiente. Muchas veces no sabes si estás en un hogar o en una instalación artística. 

-¿Ha cambiado desde Academia Rushmore?
-Se ha hecho mayor. Como dice Bob Balaban (doblador de otro de los canes de Isla de perros), Wes es un niño de 11 años. Sus personajes viven en un universo imaginado por un niño de esa edad. Pero leí una reflexión muy interesante de Henry Miller cuando cumplió los 80 años en la que venía a decir: “Vale, tengo 80 años, pero sé actuar como una persona de 65, igual que sé lo que siente un niño de 10”. Esto es, en lugar de perder el contacto con el que fuiste en tus edades pasadas, puedes reunir toda esa experiencia vital, En la primera película que rodé con Wes, actuaba como si tuviera 11 años, pero ahora ha ido acumulando experiencia en la escritura de guiones y puede escribir personajes de 40. Es una persona muy observadora. Tiene unas grandes orejas, elefantiásicas.

-¿Wes tiene una forma diferente de localizarte que el famoso contestador automático que utilizas?
-Creo que ya no lo uso. No utilizo mucho las cosas. No soy tan organizado como parezco… Cuando se acerca el momento de trabajar con Wes lo presiento. Es como si hubiera una caída de presión en el barómetro. Esta vez tuve un par de pálpitos. Oí campanas a través de dos amigos en común. 

-¿Alguna vez te has arrepentido de no tener un agente o de no atender al contestador automático?
-Hubo una vez… (largo silencio interrumpido por mis carcajadas). Pero ni siquiera recuerdo cuándo fue. Tuve el pronto de decir: “Cachis”. Y ya está. Se me pasó pensando en las molestias que me había ahorrado al no meterme en otro rodaje.

-Anderson empezó a preparar Isla de perros hace cuatro años, pero su película ha sido definida como un antídoto frente al advenimiento de Trump. ¿A qué crees que responde su poder visionario?
-Es una milagrosa coincidencia. Nadie pensó que Isla de perros tendría connotaciones políticas. ¿Quién iba a esperar que los políticos de esta película recordaran a los dirigentes de hoy en día, o que el extremismo de Kobayashi (el alcalde corrupto del filme) tratando de erradicar a los perros esté sucediendo con personas en ciertos países? Eso es lo que pasa con los verdaderos artistas, que prevén lo que sucederá. 

-¿Qué hay de ti, eres bueno prediciendo cuando una película tuya va a funcionar?
-Solía serlo, pero ahora ya no, porque la distribución es diferente.

-¿Viste venir la condición de película de culto de Atrapado en el tiempo?
-Estoy muy orgulloso de esa película. Cuando leí el guión pensé que la premisa era genial y que iba a ser un éxito. Pero no tuvo un estreno muy taquillero, porque coincidió con una nevada enorme en EE.UU., desde Maine hasta Florida. Nadie dejó su casa durante cuatro días. Así que, ¿cómo esperaban que la gente fuera al cine? Dos semanas después, hubo otra nevada del mismo calibre. Y llegaron a la conclusión de que la película no funcionaba. Me han pasado varias situaciones bizarras como esa. ¿Te acuerdas de la misión de rescate en helicóptero organizada por Carter en Teherán en 1980? Murieron ocho militares. Fue una tragedia. Yo estrenaba una película ese fin de semana, y a nadie le apeteció ir a verla.

- ¿Anticipaste que Lost in Translation se convertiría en un clásico contemporáneo?
-La primera vez que la vi, me dije: “Mira qué bonita, es como una araña de cristal”. Cuando ganó el premio en Venecia pensé que alguien iría a verla. 

-La última fase de tu carrera, además de ser un actor respetado, te has convertido en una persona de culto: hay tazas, fundas de móviles y webs dedicadas a ti. Hasta un libro de colorear.
- No me contraria. Es agradable, pero al mismo tiempo pienso: “Oh, qué disgusto para toda esa gente que tiene pegatinas mías cuando descubran quién soy realmente”. Será tan triste…

-Pegatinas o tatuajes.
-Sí, pobre de toda esa gente que se ha tatuado a Los cazafantasmas en los brazos y las piernas…

-¿A qué crees que responde la longevidad de tu carrera?
-A que cada vez vamos quedando menos. Los actores de mi quinta lo dejan, así que hay menos competencia. Antes había 20 tíos en liza por el mismo papel y ahora sólo tengo que competir contra seis. Es genial. Y todos nos alegramos de que el otro consiga el trabajo, porque sabemos que hay más oferta que seis papeles para los actores de nuestra edad. Si no te pones muy en ridículo, te volverán a llamar. Y también es importante no sobreexponerse. 

-¿Qué fue de tu carrera de músico?
-Tengo un disco en el número uno de los Billboard’s classical music chart, New Worlds (una colaboración entre Murray y el trío liderado por el chelista Jan Vogler). Es música clásica, a quién le importa, pero ahí está encaramada en la cima. 

-¿Por qué piensas que te hiciste famoso como actor y no como músico?
-A veces pienso que podía haber sido una estrella del rock. Pero está bien. Ser una estrella de rock no es fácil. Demasiada carretera. Durante la gira que he hecho con Jan me he dado cuenta de que esa dinámica puede echarte a perder. Las promociones de películas están bien, porque duran dos semanas o un par de meses. Están compartimentadas y luego vuelves a tu vida normal. Pero estos tíos que tienen 200 y pico bolos al año... Lo petan, ganan mucho dinero, pero la vida del hotel a la sala de conciertos, de ahí al avión y vuelta a empezar, puede volverse confusa.

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