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tribuna libre / OPINIÓN

Cultura blanca

Foto: GUSTAVO VALIENTE/EP
10/01/2024 - 

El blanco es el color de la pureza y de la inocencia. Se viste de blanco la novia y el bebé que recibe el bautismo. El Papa, que es elegido por intercesión del Espíritu Santo, transfigurado en blanca paloma, viste siempre de blanco. Blancas son las manos que proclaman la paz y la Justicia. Blanca es la Navidad

¿Puede ser blanca la cultura?

La cultura es colora y tiene olor y sabor. Es todo lo contrario al agua. La cultura, a veces es negra, como lo son las más intimas pinturas de Goya o lo más personal de Sorolla, como hemos podido disfrutar en la mejor de las exposiciones de su año. A veces es azul, como la tristeza que, se apoderó del alma de Picasso en el tiempo en que este color se convirtió en el del duelo por la muerte de un amigo. Otras veces es dorada como el sol que iluminaba los girasoles que obsesionaban a Van Gogh. En ocasiones puede ser blanca, pero solo en ocasiones, para cubrir, con un manto de plumas el cuerpo de una bailarina que se transforma en ave para interpretar El lago de los cisnes de Tchaikovsky.

Proclamar que la cultura ha de ser blanca es un eslogan al que acompaña un riesgo cierto por su inconcreción, el de que se entienda que se desea acotar algo cuya característica principal es escapar del alcance de toda regulación.

La cultura además no es inocente. Se hace desde la experiencia. A veces desde el desconcierto o la duda, otras desde la rabia o la desesperación, espacios donde se dan cita todos los registros y colores que nuestro temperamento humano (dulce o amargo, según toque) y nuestra sensibilidad son capaces de interpretar y concebir. Hay que dejarla que nos refleje, que nos estimule y nos adentre en la continua introspección por el entendimiento de nuestro yo más profundo.

El blanco es acromático. Los colores acromáticos se denominan neutrales y la cultura no puede serlo ni tratar de atemperarse. Es el espacio en el que todos debemos caber, en el que todo se pueda expresar y en el que todos se puedan expresar; en el que cualquiera se pueda ver representado por otro, y en el que todos podamos acabar aprendiendo algo nuevo. Una cultura anodina, ajena a la reflexión, a la crítica o a la provocación no será memorable.

Pero si insustancial es la cultura neutra, la cultura amaestrada, encarrilada, mediatizada o servil se convierte en la perversión de la cultura. La cultura instrumentalizada en favor de unos fines definidos y excluyentes constituye un cuerpo en continua violación. Es la mayor erosión que puede causársele al terreno en el que fertilizan las ideas, que no es otro que el de la libertad.

La cultura no puede ser lo que, tristemente, ha declarado el recién nombrado ministro del ramo, "una herramienta de combate contra la extrema derecha". Nos lleva a la visión hegemónica de Gramsci. Excluye a Ezra Pound o a Louis Ferdinand Celine, y me voy a los extremos para que quede claro dónde pongo el foco, en la ultraderecha que no disimula. Nadie debiera sacar a estos autores del olimpo de la cultura por muy alineada políticamente que fuera su visión del mundo con ciertos ideales abruptos, ya que su obra es excelsa e influyente. También dio servicio político a una causa la obra de Rafael Alberti o de Pablo Neruda y no por ello debiera ser arrinconada por nadie.

La cultura es antes forma que fondo. Lo que más acerca a un artista, a un poeta o a un dramaturgo a la gloria es cómo expresa lo que siente, no tanto lo que esto sea. Todos somos capaces de sentir, pero muy pocos lo son de narrarlo con un lenguaje y un código universales, que nos permitan identificar categorías con la sola contemplación de una imagen o con la breve lectura de un párrafo de un texto. Y que, además, nos electrice, nos remueva la conciencia y las entrañas.

Quienes asumen el deber público de acercar la cultura a los ciudadanos, como establece nuestra Constitución, han de lanzarse al ruedo y convivir con el riesgo de la pluralidad, de la tolerancia y de la defensa de la libertad de expresión y opinión. La acción pública en favor de la cultura no es fácil porque exige mucha templanza, mucha honestidad, en ocasiones, mucho freno y, sobre todo, no dejarse tentar ni por quienes vean en el poder una oportunidad para convertir la cultura pública en propaganda, ni eludir la respuesta a quienes se autoproclamen titulares exclusivos del espacio de las ideas y su representación plástica y visual, despreciando con altivez y desdén toda alternativa que no sea aquella que, muy ideológicamente, estos abanderan.  La cultura es militancia, pero en favor de la libertad.

Luis Trigo es presidente de la Fundación El Secreto de la Filantropía

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