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CARTAS DESDE BOLONIA

De la liberación al imperio. La literatura gay explicada a un cardenal

Más allá de las acusaciones ideológicas hacia la expansión del universo gay, podemos pensar que la literatura avanza muy lentamente a la conquista de nuevos temas y nuevos conflictos desde la homosexualidad

23/05/2016 - 

BOLONIA. Lo de “lobby gay” se quedaba corto, era demasiado familiar. Habían intentado introducir el término “mafia gay” para estigmatizar a la siciliana, pero no tuvieron (tanto) éxito. Luego ascendieron la visibilidad homosexual a categoría de “ideología de género” y valió de membrete académico para que el alcalde de Venecia mandara retirar todo libro de texto escolar donde aparecieran dos padres o dos madres (¡delante de nuestros hijos!). Ya se sabe: Venecia queda demasiado cerca de Roma, y Roma del cielo.

Quizá por esta razón como vicario de la divinidad, la semana pasada el cardenal Cañizares dio un paso más allá en la terminología y llamó a defender los valores tradicionales frente al “imperio gay”. De la noche a la mañana, amanecimos frente a una palabra enorme y prodigiosa. Un imperio. Como el de Los Nikis o como el de las hermanas del Baptisterio. Redonda, poderosa, amenazante.

El imperio de las palabras, que es el material con que se hace el amor y se piensa y se construye, ha abordado desde el origen la rareza del amor homosexual. Virginia Woolf, Charlotte Brontë, Konstantinos Kavafis, Oscar Wilde, Marguerite Yourcenar, Patricia Highsmith, Walth Withman, Marcel Proust, Luis Cernuda o Federico García Lorca han dedicado versos o prosas a esos “faeries de Norteamérica,/ pájaros de la Habana,/ jotos de Méjico,/ sarasas de Cádiz,/ ápios de Sevilla,/ cancos de Madrid,/ floras de Alicante,/ adelaidas de Portugal./ ¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!”.

Sujetos de un deseo libre o esclavo, asumido o supurante, la ficción ha sido el vehículo con que suplir las limitaciones de la historia y de la moral social. Imaginar amores proyectados, personajes memorables, escenas ambiguas o explícitas ha sido una manera más de abrir un espacio por donde se colaran los aires de libertad que, fuera del texto, parecían no existir.

 

Las locas de argolla y otras teorías

En plena persecución castrista, Reinaldo Arenas consiguió salvar su vida y sus novelas en las que relataba su deambular habanero por el Parque Lenin, la heladería Coppola y las infinitas playas de la isla en los que se encontraba con todo tipo de hombres. En Antes que anochezca llegó a clasificarlos en cuatro tipos: “primero estaba la loca de argolla; éste era el tipo de homosexual escandaloso que, incesantemente, era arrestado en algún baño o alguna playa. El sistema lo había provisto, según yo veía, de una argolla que llevaba permanentemente al cuello; la policía le tiraba una especie de garfio y era conducido así a los campos de trabajo forzado”. Junto a ese tipo, estaba la loca común, la loca tapada y la loca regia, “una especie única en los países comunistas”, protegida por el gobierno y el Líder Máximo. Entre esas categorías se esconderían sus contemporáneos José Lezama Lima, Virgilio Piñera y tantos otros, a quienes no ahorraba ni menciones ni disgustos.

A acrecentar el escándalo latinoamericano llegaron Pedro Lemebel, Néstor Perlóngher, Copi, Osvaldo Lamborghini en una época en que defender la causa del cuerpo y del deseo hacía temblar de incomodidad (o de furia) a los jerarcas del Comité Central. “Mi hombría es aceptarme diferente / ser cobarde es mucho más duro. / Yo no pongo la otra mejilla, / pongo el culo compañero / y ésa es mi venganza”.

Los años sesenta y setenta serían años furibundos. Mientras Europa se descongelaba (y España se preparaba para ver la luz), América Latina iba a vivir una serie de procesos dictatoriales atroces. El reflejo de las voces latinoamericanas se viviría en el viejo continente desde el campo del pensamiento crítico y posteriormente se trasladaría a los Estados Unidos. Michel Foucault con su Historia de la sexualidad, así como Teresa de Lauretis, Judith Butler o Beatriz Preciado más tarde desarrollaron durante buena parte de los ochenta, noventa y dos mil los grandes postulados de la teoría queer, que proponían revisar, a la luz de la cuestión de género y de la sexualidad, tanto la tradición cultural heredada como las prácticas y discursos que configuran los roles masculinos y femeninos. Esa revisión había de implicar un cuestionamiento de lo masculino como dominante y de lo heterosexual como lo normativo. Y la línea teórica fue muy fecunda.

En este camino se encontraron diversas periferias que se retroalimentaron en una especie de solidaridad contestataria. El teórico italiano Mario Mieli lo explicaría perfectamente antes de quitarse la vida: “Estoy convencido de que si hay una posibilidad para la especie humana de salvarse de ese suicidio a la que parece condenada es a través de las mujeres, los negros y los homosexuales”. Y estas tres categorías, en efecto, serían la base de la futura libertad.

Maricón de España

El limo cultural que habrían de dejar los cuarenta años de franquismo impediría que brotara en España una cultura de la libertad sólida y generalizada. En los albores de la democracia de finales de los setenta y principios de los ochenta lo gay (lo trash) sería visibilizado desde Almodóvar a Alaska, desde Tino Casal al Titi, es decir, desde la lentejuela y la alegría. La homosexualidad en las canciones de moda o en la televisión era un producto tan divertido como irreflexivo, y no contenía en sí mayor virtud que la visibilidad. Se desactivaba entonces toda posibilidad de ir más allá en un cuestionamiento de género.

Martes y Trece cantarían en alguna de las galas especiales de TVE una copla que titularían de manera muy elocuente “Maricón de España”. Los coros repetían el estribillo de un Millán Salcedo brillante y desafinado mientras señalaban con las manos repitiendo “es maricón”. Y además de España... Retomando esta figura, que bien podría ser la que cantara Libérate de El Titi (“ser sexual no es un delito”) el dramaturgo Ignacio Amestoy puso en escena en 1990 Yo fui actor cuando Franco, en una de sus varias visitas al pasado franquista (. Lejos del divertimento (o mejor, a partir de ese divertimento), Amestoy rememoraba a través de este personaje farandulero los sinsabores de una vida de artista gay durante el franquismo, la alegría de las tablas, lo furtivo del amor, la vejez... en definitiva, la imposibilidad de ser homosexual fuera del esquema de coplero y divertido: “Todos saben quién es Manuel García Valdés. Quizás todos menos tú, Jorge. [...] No te arrepientas nunca por haber amado alguna vez. Sería un error. Tampoco te arrepientas nunca de haber sido amado. Calma, centauro. Tu jinete sabe el camino. Aunque los atajos son tortuosos, siempre se llega antes por ellos. Y tú, amigo, perdóname que no soporte los túneles; aunque al final anuncien que puede haber una salida. Perdóname. Te fui fiel. Que lo sepas. Te lo dejo escrito, artista”.

Cuando Bertín Osborne y Arévalo se lamentan de que en España ya no se puedan hacer chistes de mariquitas, se están lamentando en realidad de que la homosexualidad haya desbordado los moldes canijos de la risa y que se haya sobrepuesto a la reclusión en un traje de lentejuelas bamboleando al lado de Rosita Amores. Se lamentan en suma de que su tiempo como cómicos, como cantantes o como presentadores de televisión sea un tiempo anacrónico donde lo gay todavía hace reír entre palmas y alegrías, y ellos jalean al público creyendo que sus gracias son el signo preclaro de la libertad.

Lástima confundir lo frívolo con lo superficial. Frívolo es Boris Izaguirre. Superficial es Jorge Javier Vázquez. Frívolo es Eduardo Mendicutti y aquí sí vale la pena detenerse: desde Una mala noche la tiene cualquiera (1982) hasta las últimas Furias divinas (2016), Mendicutti no ha pretendido ni ser teórico ni ser doctrinario, sino un narrador de personajes e historias donde lo gay aparece y desaparece con ligereza. Menos solemne que Antonio Gala, menos entronizado que Luis Antonio de Villena, menos desvariado que Álvaro Pombo, menos contundente que Rafael Chirbes.

Frente a esa generación, quizás la editorial Dos Bigotes sea un punto de referencia para la nueva producción gay. Con traducciones, obras conjuntas o publicación de nuevas voces, es interesante el catálogo que está formando entorno a la literatura gay en tiempos de Grindr, sin excluir el propio Grindr. Valdría la pena pensar si la homosexualidad va ligada a una determinada vitalidad sexual (únicamente), o si la nueva narrativa se configura a partir de una mirada propia sobre el conjunto de la realidad actual. Es demasiado pronto para saberlo.

Ellas

Incluso desde la sexualidad periférica se corre el riesgo de imponer una nueva frontera masculina que desplace lo femenino hacia los márgenes. Una duda podría sobrevolar cualquier antología o cualquier suplemento cultural: ¿es el mundo gay machista?

Al calor de las representaciones de lo homosexual, parecería que a lo lésbico le costara más encontrar su espacio. Ya hemos citado a Virginia Woolf o Patricia Highsmith, pero podríamos citar a Cristina Peri Rossi, Sylvia Molloy o Lucía Etxebarría como escritoras que se han dedicado a novelar el mundo homosexual femenino. Tampoco hay un gran espacio. En este sentido, aunque no tan explícita, siempre es un placer recordar a Gloria Fuertes, sepultada bajo la inmensa producción de literatura infantil, pero que publicó un sinfín de poemas a la altura de las estéticas propias de los ochenta y noventa. Y muy digna. “No me atrevo a pisar por tus postigo / por si inquieto tus piedras y mis brazos se duelen. / No me atrevo a buscar por tus ojos / por si no hallo en ellos lo que busco. / No, no tengo valor para peinarte. / Y apenas puedo encontrarte en el pasillo. / Déjame tus manos... / es solo para contar tus dedos. / Permíteme tu alma, / es solo para tomar medidas”.

¿Qué hay de específico en lo gay o en lo lésbico? ¿Cuál es la particularidad con la que se observa el mundo? Más allá de estas dos particularidades, ¿cómo contamos lo transgénero? ¿Cómo representamos estas nuevas subjetividades que vamos a necesitar normalizar? La literatura española no le está prestando gran atención a este fenómeno tan complejo y tan desconocido. El “imperio gay” por lo visto está en expansión, pero aún tiene muchos territorios que conquistar. Diga lo que digan el cardenal y sus secuaces.

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