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El instante de peligro: Amor y sexo, teorías de la mirada

El Premio Herralde de Novela nos deja una fantástica obra finalista que ahonda en el desencanto, que bucea en la sombra y rescata de ella motivos para seguir que se creían perdidos

30/11/2015 - 

VALENCIA. Cuando Martín fue becario en el Clark Art Institute de Williamstown -Massachusetts-, aún creía en el arte y en la posibilidad de provocar el cambio mediante las humanidades. Entonces todavía era una promesa del mundo académico a la que le habían extendido un cheque de confianza que tendría que devolver simplemente cumpliendo con lo que se esperaba de él. Martín solo tenía que dar a cambio la satisfacción de unas expectativas, aportar su grano de arena al gran conocimiento colectivo. Materializar aquella inquietud, aquel afán de sabueso de la cultura que en teoría le había hecho desplazarse más allá de un océano hasta la tierra de las oportunidades. Pero no lo hizo.

Tampoco respetó las reglas del juego a su vuelta: uno de los mandamientos decía que nada de alumnas. Lo incumplió. Otro, que no valía con disfrutar de la plaza de profesor interino y aprovecharla para desarrollarse por un camino distinto al señalizado. Novelas, artículos de opinión, reseñas de libros... El sistema no requería eso de él; el sistema pedía asistir a congresos, publicar en revistas de impacto, editar material docente, rellenar papeles, encuestas, formularios. Sin embargo Martín no le había proporcionado al sistema nada de lo que este quería, y ahora el sistema lo evacuaba y lo despojaba de todo, de todo lo poco que le quedaba tras haber arruinado también su vida conyugal. No tenía nada. Nada, hasta que entró aquel correo de la artista Anna Morelli y sus extrañas películas warholianas encontradas: un bosque, un muro, una sombra. Un enigma.

La sombra es precisamente la figura omnipresente en esta nueva novela de Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977), profesor universitario de Historia del Arte y finalista del Premio Herralde de Novela que ya debutó con éxito con Intento de escapada. La sombra nos sigue página tras página en El instante de peligro, se cuela en unas imágenes en movimiento como testigo de un momento y una emoción que en teoría ya nadie recuerda, se convierte en amante que se fue, en madre, en padre, en interlocutora, en objeto de estudio, en pasado tras los ojos de una mujer rota, en arte, en obsesión. La sombra lo impregna todo en una historia que nos habla también del amor y de la memoria, e incluso de la memoria del amor. Una memoria que deja marcas que a veces se pueden borrar y otras veces no. Como las imágenes que Anna disuelve con esmero, concentrada y concienzudamente, imágenes que sin ser suyas, lo fueron, y a través de las cuales llega a conocer la salvación que a algunos les proporciona el arte.

Memoria, amor, poliamor. Esta novela plantea una posibilidad cuya teoría es infinitamente más sencilla que su puesta en práctica. ¿Tiene que ser el amor forzosamente posesión? ¿Podemos diluirnos en dos o más relaciones y mantener la esencia? ¿Hasta dónde aguantan los filamentos de una goma que se estira? Hay una primera o un primero que no se olvidan, luego vienen otros amores, cada uno con su peso y su cadencia, cada uno con sus propios síntomas sexuales. Martín ya casi no disfruta de erecciones como las de antes, acaso algunas poco firmes y pasajeras al contemplar la intimidad expuesta en Facebook por sus alumnas. A Anna no le interesa la penetración salvo en ciertos casos excepcionales y prefiere que recorran su piel en vuelo rasante. Ricky está lleno de vigor y puede formar parte de cualquier asalto. La cuestión, como en todo, es saber mirar. Al otro, y a uno mismo. Porque el sexo y el amor pueden descomponerse en miradas. 

Junto a su exploración del tejido sentimental en el que nos movemos en cualquier ámbito, Hernández nos regala una mirada que corta como un bisturí el traje invisible del emperador intelectual: “los nuevos movimientos de protesta, el modo en que los norteamericanos veían la crisis económica de Europa, el silencio internacional ante ciertos conflictos, el fracaso de la política exterior de Obama, el estado de la universidad, la burocratización de la enseñanza, la crisis de las humanidades, el mundo global, el arte comprometido, el cine poscolonial, las periferias oprimidas, la necesidad de nuevas utopías... Pasamos de un tema a otro como si tuviéramos que ir satisfaciendo todos los ítems de alguna especie de yincana para eruditos de izquierdas”. La impostura o el vacío puestos sobre la mesa de operaciones. El postureo más elevado.

Vivir sin fallar

Sobre todo, El instante de peligro es un relato acerca de los momentos bisagra, esos hitos que si echamos la vista atrás, nos han llevado de una situación a otra. Si desplegamos nuestra cronología vital particular como si fuese un pergamino, podemos ubicar con precisión muchos instantes de peligro de los que habremos salido más o menos airosos, pero que siempre han acabado dejando huella. ¿Fue la decisión correcta? ¿Hice daño a alguien? ¿Realmente tenía elección? Es imposible vivir sin fallar, vivir sin fracasar, vivir sin decepcionar. Las cosas pasan, tal vez de la única manera en que pueden pasar. Como el arte auténtico, según Anna, la única solución posible entre una serie de posibilidades: “El arte verdadero -enfatizó 'verdadero' como si quisiera distinguirlo del otro, del falso, de la impostura- solo existe cuando no puede ser de otra manera de la que es”.

Entre capítulo y capítulo, la voz imperecedera de Walter Benjamin diciéndonos que articular el pasado no es conocerlo como verdaderamente ha sido, sino “apoderarse de un recuerdo tal como este relampaguea en un instante de peligro”. O lo que es lo mismo: contemplarse frente a un espejo e intentar capturar el reflejo en nuestras retinas antes de que se desvanezca.

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