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El papel del diseño

Este texto prologa el libro que recoge los premios bianuales de la Asociación de Diseñadores de la Comunitat Valenciana. El volumen, que compila más de 40 hitos del diseño actual surgido desde la región, se podrá conseguir próximamente a través de su tienda online

12/06/2017 - 

VALÈNCIA. El diseño está en todo. En la distancia que va desde la superficie del colchón hasta que nuestros pies tocan el suelo. En la eficacia de la cucharilla del café o en la del dispensador de edulcorante líquido. Está suspendido en el interiorismo del ascensor que se tambalea, en los asientos del Metro que se clavan en tu culo y en las cajas de texto que soportan estas líneas en silencio. Su omnipresencia es total, pero su influencia, al cabo de la calle, a pregunta fría contra el común de los viandantes, parece más discutida. ¿Por qué? Quizá por esa idea tan extendida –casi como un pecado original- que dice que el mejor diseño es aquel que pasa desapercibido. Es una idea sencilla, pero en este ámbito, ahora que ningún diseñador nos lee, eso de las ideas sencillas no está precisamente mal visto. Quizá tenga que ver con la imbricada y difusa situación de sus derechos y reconocimientos de atribución en el mundo hiperconectado. O quizá sea porque los oficios del diseño (que no son pocos ni parecidos) a menudo se conforman con reivindicarse únicamente entre iguales, con figurar vagamente al pie del pie foto y con no atribuirse más mérito que el de cualquier otro proveedor de servicios. Como si tal cosa. Como si nada. 

La autoría, la producción en serie y la ligazón del diseño con las artes son debates llenos de intensidad para sus profesionales. No lo son, por ejemplo, para el gremio de los arquitectos y quiero pensar que han sido los siglos los que han acomodado otra posición en la sociedad para sus creadores. No obstante, puede que también haya tenido mucho que ver con la capacidad de estos o de tantos otros colectivos para encontrar su posición en los foros de participación. Vista desde fuera, por apelar a quien me da la palabra y citar un caso, la ADCV ha vivido etapas muy distintas en su interlocución con respecto a los poderes. En la eterna lucha por divulgar su valor añadido, seguramente atenazada por su frágil estadio económico. Desde esa habitación equidistante en la que habita se le ha otorgado un papel ante la sociedad exclusivamente ceñido a su arte final. Hay quien piensa –desde el criterio más tranquilo- que ese debe ser su lugar o que, en todo caso, es su trabajo el que acaba por definirle ante la sociedad. Eso y no su voz (que no tiene porque ser unívoca ni referirse sólo a aspectos políticos. Ni mucho menos). Sin embargo, la ausencia de pesos pesados dispuestos a dar un golpe sobre la mesa ante la opinión pública sigue manteniendo a los diseñadores alejados del papel de influencia que sí tiene su obra.

El papel del diseño en la sociedad todavía no ha encontrado en sus propios firmantes a agentes de diálogo en conversaciones más allá de su acción. El ejemplo de los arquitectos (pero también de artistas plásticos o visuales) sirve para el agravio comparativo. El diseño no ha alcanzado los espacios relacionales más adecuados para la defensa de sus posiciones. La redundancia de la endogamia como mal endémico ha servido, además, para justificar la postura de brazos caídos ante según qué circunstancias. Y es relevante porque el mismo grado de influencia que se posee de manera silenciosa parece servir de mucho menos a la sociedad si estos creadores no encuentran vasos comunicantes -y contaminantes- con otros aspectos. Por ejemplo, con el círculo más inmediato y paralelo con el que tienen capacidad para integrarse: la cultura. Celebro cada participación en un debate, cada intromisión del diseñador o diseñadora en una sala expositiva, en la producción de una obra audiovisual, en el material gráfico de un nuevo disco o en la escenografía de una pieza teatral de moda. Celebro que, si sucede, su parte sea puesta en valor con el ahínco con el que se vindican los autores que le rodean y que, de alguna forma, se liberen los mantras del pasar desapercibido. 

Esta posición parte del cariño al trabajo realizado, del conocimiento de unos procesos de investigación que rara vez exceden a las piezas y de un bagaje que puede encontrar más canales y más destinatarios que los que aúna la obra. Más allá de los oficios relacionados con la ciencia o la salud, incluso del papel de las humanidades en una época en la que los gobiernos retiran el peso de las letras en el currículo académico, más allá del momento actual o precisamente a causa del mismo, si hay algo que exigirle al colectivo de diseñadores es esa vindicación. El papel del diseño rebasa su lugar en anuarios, revistas especializadas y discursos tras recibir este tipo de premios. Pertenece a cada autora o autor asumir cierto volumen a la hora de hablar en círculos para que así se entienda. Nadie puede confiar a una sola asociación el modelo de interlocución y posicionamiento social y quiero creer que, quizá, por eso, a veces se han dejado pasar tribunas que ya podrían haber sido muy aprovechables. De lo que no cabe duda es de que, si aceptamos que gracias a la formación profesionalizada existen más diseñadores que nunca, volverá a existir la posibilidad de levantar la voz. Así que, si se quiere, si se (auto)estima necesario, el colectivo está a tiempo de encontrar su momento para ello. 

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