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TENDENCIAS ESCÈNICAS

El teatro contemporáneo le da una vuelta de tuerca a Beckett

Carme Teatre y Teatro Rialto programan dos obras que contemporaneizan al Premio Nobel irlandés

11/11/2015 - 

VALENCIA. Sucede que a menudo, y no siempre por espionaje industrial o pensamiento inducido, un grupo de creadores coincide en abordar a un tiempo una misma obra, idéntico autor o similar tema. En el caso del próximo fin de semana en Valencia, ese azar responde al hecho contundente de que el sujeto de revisión es un clásico y como tal reaparece a cada poco porque nunca se ha marchado. No puede hacerlo. Es un referente.

Perros Daneses en el Teatro Rialto y Javier Montero en Carme Teatre afrontan sendas vueltas de tuerca al teatro de Samuel Beckett, a su despojamiento textual, a su humor negro y a su dedo en la llaga del pasado.

“Beckett sigue vigente porque el horror continúa existiendo. Aunque hemos escapado de la violencia física y tangible de la II Guerra Mundial, no hemos dejado atrás la deshumanización. Lo que sucede es que ahora el horror es invisible. Sufrimos un capitalismo salvaje y atroz. Es un rodillo que va aplastando y nos tiene anulados, porque frente a la guerra puedes reaccionar, pero frente a este tipo de agresiones practicadas por los mercados, sin nombres ni apellidos, cómo actúas…”, se pregunta Javier Sahuquillo, codirector junto a Gonzalo Azcona de Nagg y Nell, que del 19 al 29 de noviembre se escenifica en el Teatro Rialto.

La obra se titula con los nombres de la pareja de secundarios de Fin de partida, dos ancianos sin piernas que viven dentro de un par de cubos de basura, y a los que la dramaturga Laura Sanchis ha cedido el protagonismo. La autora se sirve de los recursos literarios de Beckett: frases cortas, esticomitia, austeridad en la prosa y lenguaje rítmico, en el relato de la cotidianeidad de Nagg y Nell, que en la obra original del Nobel, son los padres del personaje principal, un amo ciego, paralítico y tiránico llamado Hamm.


Esperando a la muerte

En este nuevo montaje, el matrimonio también habita un escenario desolado, post nuclear, en el que fueron abandonados cuando dejaron de ser útiles. Y aquí radica la singularidad de Perros Daneses con respecto a la pieza publicada en 1957. En su spin off, los valencianos inciden en el rechazo del que son objeto nuestros mayores.

Subimos a escena la última partida de estos dos ancianos contra la muerte. En nuestra sociedad post industrial hemos ido desatendiendo a la tercera edad de manera progresiva, porque ya no son productivos –lamenta Sahuquillo, quien añade que además de intentar evitar el deceso, la pareja también “lucha por evadirse del abandono y emplea herramientas para evitar que su vida sea una basura”.

Como en la obra de la que parte, el argumento de Nagg y Nell traza paralelismos con el juego del ajedrez, al que Beckett era aficionado. Para ello, los directores han buscado inspiración en la partida entre el caballero y la muerte en El séptimo sello (Ingmar Bergman, 1957). “Al espectador le van a sorprender los movimientos y el código que hemos aplicado”, adelanta el codirector.

Otra aportación de la dirección a la dramaturgia ha sido la decisión de trabajar la obra como una partitura musical. Así, hay momentos en los que prima la voz, otros en los que suena la música de piano en directo a cargo de Santi Martínez, y otros en los que la voz de los intérpretes y las composiciones de Shostakovich, Chopin o Bach se superponen

“Beckett trabaja muy a menudo con la ausencia de conflicto y con la inmovilidad, pero la acción puede estar de otra forma, en los estados de ánimo, en los colores… De ahí el hecho de afrontar el montaje como si fuera una sinfonía”.

Vampiresada

A la a menudo referida inacción en el trabajo del autor de Esperando a Godot, el dramaturgo y director Javier Montero opone una llamada a la acción. En su performance La secta de las vampiras, en cartel del 19 al 22 de noviembre en Carme Teatre, el autor enfrenta a dos mujeres cuyo vínculo desconocemos, puede ser una misma fémina fragmentada en dos o dos vidas contrapuestas. El espectador atiende al campo de batalla entre una figura en la que prepondera lo verbal y otra en la que prima el movimiento y lo carnal. “Yo lo veo como si se tratara de dos hermanas, la mayor está poseída por el texto y la pequeña quiere que juegue con ella, que le haga caso. No tiene memoria, es como un pez, así que intenta volver a jugar una y otra vez, porque la fuerza de la travesura es más fuerte que la del orden”, argumenta Montero.

Su objetivo con esta breve e intensa pieza de tan sólo 45 minutos es activar a la audiencia. “Beckett tiene una visión pesimista que a veces comparto, pero no su nihilismo. Me interesa más crear bombas que puedan explotar que ser víctima de las bombas que han explotado”, compara.

La puesta en escena es un torrente delirante de palabras que fluye por todo tipo de conflictos. Surge a colación María Zambrano, los colaboracionistas, “las anarquistas que prendieron fuego a las iglesias”, Platón, las asambleas de barrio, el pensamiento positivo… Y todo a un ritmo vertiginoso, que sume al auditorio en un trance hipnótico. Sobre las tablas se expresa un cerebro en formación, lleno de contradicciones.

“La gente se queda muy flipada, porque este bombardeo toca engranajes por dentro y formalmente no es el tipo de espectáculo que uno está habituado a ver. Hay una gran pericia técnica, porque se produce lenguaje a mucha velocidad. Es un torbellino como el que puedes experimentar cuando escuchas hip hop”, avanza Montero, que compatibiliza su carrera como performer, escritor y artista visual con su trabajo como músico en el dúo experimental Los Invisibles.

En ese juego con el lenguaje, el autor se sirve de las repeticiones, los juegos de palabras, la aliteración, la cacofonía y la creación de ritmos beckettianos, pero no así de su humor ultra seco. “No se busca la complacencia ni la simpatía del que está mirando, sino que tiene un elemento vengativo, de revuelta”.

El dramaturgo emula la prosa del escritor irlandés, pero la conduce hacia un teatro político. Montero cita incluso el arranque de El Manifiesto comunista (Carlos Marx y Federico Engels,1848) -“Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo. Contra este espectro se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes”-, como inspiración en la elección de sus protagonistas: dos vampiresas: “Me gusta la idea del fantasma que no ha sido enterrado, esos fenómenos exterminados de la política, como el anarquismo. En la obra hay un desprecio y un enfrentamiento tanto contra esa voluntad de eliminación como contra la normalización del presente y la subjetivación de lo normal”.

En esa invocación, Montero ha traído de vuelta el espíritu de un autor que participó en la Resistencia Francesa, que se dolió de la guerra y que plasmó con economía de palabras y dejes de cine mudo la soledad, la insignificancia y el absurdo de la existencia humana.

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