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LOS DÍAS DE LOS OTROS

E.M. Cioran: el antidiario del filósofo aullador 

5/07/2017 - 

VALÈNCIA. Gran parte de los diarios nacen con la voluntad de ajustar cuentas con el universo y con el individuo que los escribe. A esa afirmación que admite todo tipo de enmiendas, también puede auparse el no-diario del filósofo rumano Emile Michel Cioran. Y es que el autor de Del inconveniente de haber nacido -una de sus obras maestras- detestaba en cierta medida este género íntimo. Simone Boué, profesora de Liceo Montaigne y compañera de Cioran durante más de 50 años, escribe en el prólogo de Cuadernos (1957-1972):

Los cuadernos de Cioran nada tienen que ver con un diario, en el que hubiera consignado los acontecimientos del día en sus menores detalles, género que para él carecía de interés.

Y aunque los cuadernos de Cioran nada tengan que ver con un diario, sin embargo, se parecen extraordinarriamente a uno de ellos. Muchas entradas están fechadas y contienen algo parecido a un registro de la cotidianidad.

18 de octubre de 1966, una de la mañana.
Muerte de mi madre.
Me he enterado por un telegrama que ha llegado esta noche. Había cumplido su tiempo. Desde hacía unos meses daba señales inquietantes de extrema vejez. Sin embargo, esta misma mañana he recibido una postal suya del 8 de octubre, que no revelaba ningún debilitamiento mental.

Cioran fue siempre un hombre orgulloso y reticente a mostrar su parte más íntima, vivirá de un modo modesto en algunos hoteles de París y en un piso del Barrio Latino donde fallecería por Alzheimer en 1995. Poco a poco, se irá convirtiendo en un escritor conocido, en un filósofo guía para una generación que fidelizaba con el sentido de la amargura y el pesimismo del rumano. Él mismo se llamará 'el filósofo aullador' (“Soy un filósofo aullador. Mis ideas -si ideas son- ladran: no explican nada, estallan”). Son muchas las obras que le valieron a Cioran la etiqueta de pensador genial: Silogismos de amargura, Desgarradura, La tentación de existir, Del inconveniente de haber nacido o La caída en el tiempo, entre otros. Sin embargo, hubo un pequeño volumen titulado La transfiguración de Rumanía, revestido de argumentos antisemitas y en el que declaraba su admiración por Hitler. Un libro del que se arrepintió pronto aunque su sombra siempre le persiguió. 

Cioran conoció a Simone en la fila en la que ambos estaban insertos. Una fila para conseguir alimentos en el París de 1942 ocupado por los nazis. Cuando Simone está a punto de ser atendida, llega un extranjero (Cioran) y le pregunta cómo debe ser rellenado ese cupón. Ahí comenzará una historia de amor que durará hasta la muerte:

El amor es un sentimiento totalmente anormal, ya que va acompañado de todos los estados turbios que suelen caracterizar a una mente trastornada: angustia, desesperación, desconfianza mórbida, relámpagos de felicidad, egoísmo llevado hasta la ferocidad, etcétera. Es una felicidad de furioso.

Se puede dudar absolutamente de todo, afirmarse como nihilista, y sin embargo enamorarse como el mayor idiota.

Así concebía el amor Cioran. Ya al final de su vida paladeó de nuevo la sensualidad cuando una joven una profesora de filosofía de Colonia, Friedgard Thoma, le envía una carta. Allí dice lo mucho que le admira y a partir de entonces se forja una relación en la que también está presente Simone que será la encargada de mecanografiar todos los escritos del pensador que únicamente escribía a mano.

Ocurre con la vida como con un texto en el que hemos trabajado intensamente, que quisiéramos mejorar aún más sin lograrlo, porque estamos hartos de él: ni una coma más que colocar. De nada sirve saber que es insuficiente e incompleto, no encontramos nada para forrarlo.

La vida como un texto. Cioran siempre escribió con la íntima ilusión de publicar poco y vivir a costa de la universidad. Nunca sube a un avión. Hace muy pocas cosas ( “No hago nada, es cierto. Pero veo pasar las horas, lo cual vale más que tratar de llenarlas.”), excepto pasear por la noches, para combatir su insomnio (“El papel del insomnio en la Historia. De Calígula a Hitler. ¿Será la imposibilidad de dormir la causa o la consecuencia de la crueldad?”) con sus amigos Beckett, Michaux o Ionesco. Se convierte en el pesimista oficial de su tiempo (con permiso de Sartre). Él lo achaca a un asunto hereditario:

El pesimismo: una enfermedad de familia. Todos los míos la han padecido. Mi hermano está igual que yo al respecto. Mi padre, un ansioso consumado, que tenía miedo de todo, increíblemente honrado, modesto y sin estatura; mi madre, ambiciosa, farsante, alegre y amarga según momentos (...)

Cioran también registrará en estos cuadernos la muerte de sus amigos y conocidos con una frialdad de notario:

7 de mayo
Paul Celan se ha tirado al Sena. El lunes pasado encontraron su cadáver.
 

En España será el filósofo Fernando Savater el que se encargue de traducirlo e inocularlo en el pensamiento filosófico español. Hasta el final de sus vidas, acuciado de un Alzheimer que le hizo perder contacto con su realidad, Cioran escribió con pasión y sufrimiento. Era un ser eternamente acosado por su tiempo y por su propio espíritu:

Sólo es escribe con pasión, con verdad, cuando se está acorralado. La mente trabaja bajo presión. En condiciones normales, permanece improductiva, se aburre y se aburre. 


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