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Fernando Guallar: «Un éxito en las redes es absolutamente banal»

Vino al cap i casal a estudiar Arquitectura y ya no se mueve de aquí. Gracias a sus papeles en Explota Explota, Luis Miguel o en El juego de las llaves se ha convertido en uno de los actores del momento. Pero, a diferencia de otros, tiene los pies en el suelo... de València

| 10/08/2022 | 13 min, 1 seg

VALÈNCIA. La interpretación es una carrera plagada de incertidumbre y obstáculos, donde el encadenado de proyectos se alterna con parones angustiosos por involuntarios. El actor Fernando Guallar (Córdoba, 1989) es una rara avis dentro de su oficio. Austero y ahorrador, la vorágine de trabajo reciente le ha permitido parar para repensarse y solo acceder a trabajar en proyectos que le motiven. Tras un tiempo de reflexión y descanso, el galán atípico de la serie Velvet Colección, el joven castrado emocionalmente en Explota Explota (Nacho Álvarez, 2020), el agente de Luis Miguel, el actor fracasado que tantea el poliamor en El juego de las llaves (Vicente Villanueva, 2022), acaba de retomar la actuación en el remake para Netflix de la comedia romántica francesa Cita a ciegas (Clovis Cornillac, 2014), que supone el debut en el cine de la cantante Aitana.

— ¿Qué compone el apego que sientes por València?

— Evidentemente mi experiencia vivida aquí, que fue muy linda y muy ingenua. Era muy feliz con muy poquito y no tenía las preocupaciones de ahora. También es una ciudad muy amable, pegada al mar. Soy anticoche y València me permite caminar e ir en bici. Estoy más tranquilo, soy más feliz. Siento Madrid como mi casa, pero de repente hay veces que necesito irme unos días. Madrid se ha convertido en una vorágine de consumismo, de turismo horroroso. El centro está completamente prostituido. Así que cuando me ofrecen curro fuera, ya es un aliciente. 

— Tu vínculo con la ciudad se forjó cuando cursaste aquí la carrera de Arquitectura. ¿Llegaste a ejercerla?

— Un mes como becario en un despacho, pero me di cuenta de que no era para mí. Me sentía un farsante. Cada vez valoro más haberme comprometido con una carrera como la de Arquitectura, porque me ha dado más de lo que pensaba: un sentido de la responsabilidad, un compromiso, una madurez que en otras circunstancias hubiera sido diferente. Me vine solo a una ciudad desconocida e hice un montón de amigos que siguen siendo un pilar. 

— Periodismo fue otra carrera que barajaste. 

— Era mi tercera opción. Creo que se me habría dado bastante bien. Con nueve años decía que quería ser diplomático. Ya ves qué niño más repelente… Pero con el tiempo también lo estuve pensando porque hablo cuatro idiomas: inglés, alemán, francés y español, me encanta viajar y la interacción social.

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— ¿Por qué has utilizado antes el término farsante si terminaste la carrera de Arquitectura e hiciste el proyecto final?

— Porque esto fue en 2017 y he olvidado la mitad. No firmaría un proyecto. Me gustaba mucho la parte creativa, me encanta dibujar y proyectar, pero la parte más técnica me aburría soberanamente. No me motivaba. Estudié en el Colegio Alemán, así que nunca he entendido que algo se aprenda con la única técnica de memorizar. 

— ¿Cómo le das salida a tu afán creativo?

— Me gusta hacer manualidades. Me encanta hacer puzles. Me pongo un té y me relajo. Siempre he sido de recortar y hacer cómics. Soy un tío muy nostálgico y me gusta hacerlo con recuerdos de mi vida, con fotos.

— La palabra nostalgia está muy presente en tus conversaciones.

— No es «un cualquier tiempo pasado fue mejor»; soy completamente feliz con el momento presente, pero siempre me gusta estar atado a lo que antes me hacía feliz. Es algo sensorial. Tengo muy mala memoria para los recuerdos, pero rescato sensaciones y me gusta conectarme a ellas. Los amigos me ayudan a hacerlo.

— ¿Te sirves de esa nostalgia cuando te metes en un papel?, ¿las emociones que transmites tienen que ver con esa conexión?

— Cuando se te confía un personaje, se abre todo un universo en el que influyen tus decisiones.  El trabajo más bonito y libre es imperceptible y pasa por pensar qué color le gusta, con qué canción se levanta, dónde compra el pan… Aunque parezcan tonterías, ayudan a crear una propuesta más sólida. 

— ¿Los construyes como amigos o puede haber alguno que no te caiga bien?

— Yo los quiero mucho, pero me distancio, porque hay que evitar caer en la trampa de intentar blanquear ciertas conductas. Te sale por inercia. Honestamente, estoy deseando que me llegue un personaje muy antagónico, porque los que se me han ofrecido guardan bastantes similitudes.

— No hace mucho hablabas incluso de raparte el pelo. ¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar?

— Eso no es nada. No son solo los cambios físicos, que me vuelven loco, sino habitar la oscuridad. En las escuelas de interpretación me lo he pasado bomba y además supone un proceso personal interesantísimo, porque te acercas a lugares que detestas. Has de explorar cosas muy jodidas. 

— Tu personaje en Luis Miguel ha sido catalogado como villano.

— Sí, pero no lo es. Es un personaje con aristas. Por ejemplo, Luis Miguel hace cosas que son de auténtico cretino. 

— ¿Miras a tu representante de una manera diferente después de haber interpretado a uno en la serie?

— Soy un tío muy sensible y me enorgullezco de ello. Me gusta humanizar a las personas con las que trabajo, conectar desde un lugar muy cercano. A los productores y a los representantes se les cosifica muchísimo, como si fueran trámites y no, al revés. Yo he decidido trabajar con el equipo con el que lo hago por inquietudes creativas y artísticas y valores humanos. Yo no quiero trabajar con exitosos hijos de puta, sino con personas humildes que tengan una ética. Además, en mi trabajo me comprometo mucho emocionalmente, cuento historias porque me gusta mover corazones y agitar cabezas, crear dudas y presentar escenarios de realidad donde vemos las injusticias y no es oro todo lo que reluce. 

— ¿Eres más de Luis Miguel o de Mariah Carey?

— De ninguno de los dos. Uno no me pilló por edad y la otra porque me interesaba otro tipo de música. Nunca he sido muy fan de nada, por eso me sorprende el fervor de otras personas.

— Sin embargo, hace poco hablabas con entusiasmo de José Sacristán.

— Sí, pero desde otro lugar, no es tan visceral. De hecho, soy muy prudente cuando trabajo con personas a las que admiro. Al set has de llegar preparado, pero es supernormal que te imponga hacer una secuencia pegándole gritos a Aitana Sánchez-Gijón o a Pedro Casablanc. Me gusta darles su lugar, trato de pasar desapercibido. Me gusta mucho la historia del cine y darle valor a sus carreras. Esta profesión es tan complicada que cómo no vamos a considerarles un faro. 

— ¿Cómo te preparaste para medirte con ellos?

— Siempre hago un trabajo previo. Les digo que me maravilla su trabajo y vamos a ello. Cuando interpreté al hijo de Adriana (Ozores) en Velvet Colección fue un regalo. Lo viví como un viaje que inicié sintiéndome muy pequeñito, pero ahí está la grandeza de una actriz como ella, que te coge, te eleva y te quita toda la tontería. A partir de ahí empezamos a estar de tú a tú, creando algo. 

— ¿Qué canción de Luis Miguel pide a gritos un karaoke?

Suave, pero para un karaoke me quedo más con Raffaella Carrá.

— Has comentado que cantar no es lo tuyo. ¿Te sentiste cómodo rodando el musical Explota Explota, construido a partir de canciones de Raffaella?

— Leí el guion y me encantó, me pareció una fantasía, pero les dije que no iba a aceptar el papel porque respeto a la gente que canta y baila bien. Aunque sé expresarme con el cuerpo y soy muy bailongo, no soy un bailarín profesional. Pero los productores me dijeron que el peso de la historia estaba en otro lugar: mediante el baile y el canto querían contar la personalidad absolutamente castrada de mi personaje. Lo bonito era expresar el cambio total que experimenta desde un lugar conservador, desde su virginidad en lo afectivo y lo social. Es la cosa más loca que he hecho en mi corta y tranquila filmografía.

— Siendo tan epidérmico en lo emocional, ¿cómo llevas la exposición en redes? 

— Nunca voy a ser un tipo supermediático y exitoso en ese ámbito, porque no sé y tampoco me hace feliz. El mundo de las redes sociales es útil, pero peligrosísimo para la gente que pasa a ser lo más de un día para otro. Un éxito en redes sociales es absolutamente banal, puedes hacer un trabajo con esfuerzo y talento que pase totalmente desapercibido en lo mediático y, sin embargo, participar en un proyecto mediocre en el que no te has implicado emocionalmente y subir a quince millones de seguidores por un algoritmo. En un abrir y cerrar de ojos te conocen en Vietnam, te llaman de Panamá y de Sudáfrica. Lo difícil ahí es defender ese estatus que se te ha otorgado de ayer a hoy con un proyecto vacío. Imagínate tener que empoderarte y justificarte todo el rato. Prefiero ir pasito a pasito, tranquilo, trabajando y haciendo mis personajes. 

— Los casting, en los últimos tiempos, han sido vía Zoom. ¿Les has asignado un rincón en casa?

— Lo odio. En un casting tú vas con una propuesta de personaje intuitiva, en función de lo que has leído; lo bueno es que te piloten, saber por dónde ir. En los self test, que consisten en grabar la prueba tú mismo, ejerces de director, de iluminador… Es algo tan autónomo que te la juegas a una. Lo que me gusta es ponerme con otro actor y mirarnos a los ojos. Estar ahí jugando. Me encantan los casting en los que estamos trabajando. 

— ¿Cómo construiste tu penúltimo personaje, uno de los protagonistas de El juego de las llaves?

— Intenté quitarle el cliché con el que venía de la serie mexicana en la que se basa la película. Siempre propongo mucho. Soy muy pesado. Lo que me gustaba de Sergio es que fuera consciente de su fracaso. Es un chaval que se ha ido a Los Ángeles a intentar ser actor y solo ha conseguido ser el doble del culo de Brad Pitt. Me gusta cómo juega a esconderlo para finalmente cansarse de ese disfraz y sacar al tío sensible que es. Me gusta conectar desde una vulnerabilidad, desde una verdad. Por cierto, el culo que aparece en la película no es el mío. 

— ¿Jugarías al juego de las llaves?

— Si estoy enamorado, no. Y yo, si estoy en pareja, es que lo estoy. Por eso llevo tantos años soltero, porque no me enamoro. Soy un tío muy exigente. Si mi pareja quisiera, jugamos, pero no sería mi gran inquietud y más viendo cómo acaba esta película, que es un sindiós. 

— ¿Alguna vez en tu carrera has sentido el vértigo al fracaso que experimenta tu personaje?

— Un montón. Todos los días. Es algo con lo que convives, porque puedes tomar decisiones muy erróneas desde lugares comprensibles. Por eso es una suerte tener tranquilidad económica. De lo contrario hubiera tenido que decir que sí a algún proyecto que no me hiciera feliz o que fuera un suicidio laboral. Estoy en un momento en el que prima lo personal sobre lo profesional. Estos últimos tiempos me he estado cuidando, entendiendo mi lugar en esta vida y en esta profesión. Si tengo que estar sin trabajar y diciendo que no a cosas que no me aportan, no me tiembla la voz. Este último año he trabajo muy poquito, pero ha habido otro trabajo personal muchísimo más grande. Estoy tomando decisiones que hace un par de años no me hubiera creído.

— ¿Tienes plan B?

— A día de hoy, no. Cuando empecé en esta profesión, tenía una idea romantizada, pero ahora soy más realista y si alguna vez no fuera feliz en mi carrera, buscaría otras cosas. Me gusta estudiar. De hecho, no descarto empezar otra carrera. Este oficio es maravilloso porque desde la ficción juegas a ser un científico, un escritor, un policía, un defensor de la poligamia... Aunque suene naíf, es el mejor trabajo del mundo. Por eso no estoy en la oficina delineando.

— ¿Cuál es tu edificio favorito de València?

— Soy un tío muy urbano, me gustan mucho los centros históricos. Como arquitecto nunca me ha emocionado lo ostentoso y megalómano, sino una arquitectura más económica. Recuerdo el edificio del Teatre El Musical… En general, toda la zona de El Cabanyal me parece muy auténtica. Había un juego arquitectónico para hacer un engranaje de sociedad muy interesante. Se podía haber hecho todo de otra manera. Soy muy puntilloso con la arquitectura en la ciudad porque es política y social. La figura del arquitecto municipal me parece imprescindible. Si ejerciera sería un intransigente horroroso. Hay actuaciones hechas en los últimos treinta años en los centros históricos que me dan ganas de tirar edificios. 

— ¿Cómo sería tu ciudad del futuro ideal?

— Una ciudad verde con la mitad de la mitad de los coches, en la que el espacio fuera para el viandante. Tengo un concepto urbanístico muy diferente del que tienen los políticos y los alcaldes últimamente. València la rescato como una ciudad muy interesante y con un potencial enorme. El urbanismo en el centro de València es bastante más saludable que en la gran mayoría de España. También me pasa con San Sebastián. Están bien ejecutadas.

— ¿Qué hay de Benicàssim? Veraneas allí desde los tres años, ¿no?

— Benicàssim no me parece un sitio especialmente bonito, pero sí la zona del paseo marítimo. Mi vínculo con este pueblo es más personal. Iré toda la vida. Soy muy feliz allí. Con dieciséis o diecisiete años empecé a dar vueltas por el FIB y desde entonces me habré saltado dos ediciones. Sin embargo, huyo en agosto, porque me ponen nervioso las aglomeraciones. 

— ¿Cuál ha sido tu mejor concierto en el FIB?

— Uno de Franz Ferdinand y otro de Oasis. Me quedaron pendientes Kings of Leon. Me los perdí dos veces porque estaba trabajando de voluntario y como me tocó traducir alemán para la Guardia Civil solo los pude escuchar de fondo.

* Este artículo se publicó originalmente en el número 94 (agosto 2022) de la revista Plaza

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