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CRÓNICA

Georg Friedrich Haas: “Hay pesar en mi música, y miedo”

El festival Ensems, en su 38ª edición, trae a Valencia por primera vez “in vain”, importante obra del siglo XXI que conmueve profundamente a los asistentes

29/04/2016 - 

VALENCIA. Una partitura impresionante -tan impresionante como angustiosa- ocupó la sexta sesión presentada este año por Ensems: in vain, del compositor austriaco Georg Friedrich Haas. Se cumple así con un objetivo que debería ser primordial en los festivales de música contemporánea, ya que de esto no se ocupan, por lo general, las programaciones habituales: dar a conocer las grandes obras de nuestro tiempo. Máxime cuando esta partitura es del año 2000, y ya se ha podido, desde entonces, separar el grano de la paja.

El propio Haas explicó perfectamente lo que escuchamos el martes: “hay pesar en mi música, y miedo, y la sensación de algo que nos lleva ciegamente, y de implacabilidad”. Estas breves palabras dicen mucho más que las disquisiciones sobre microtonalismo y música espectral, procedimientos ambos que están presentes en la obra del compositor austriaco, pero que difícilmente se comprenden sin saber música. Pueden apuntarse, sin embargo, una serie de aspectos que quizá ayuden a entender por qué esta partitura resulta tan atractiva, incluso para oyentes no aficionados a este repertorio. En primer lugar, porque parece dirigirse, en vuelo directo, a las capas más profundas del sentimiento humano. También porque, aunque experimenta, nunca convierte lo experimental en su principal objetivo. El sonido es utilizado en todas sus vertientes, sin renunciar a nada ni encasillarse en nada. Gusta también por la tensión y la funcionalidad que tienen los silencios en el fraseo, porque resulta corta durando más de una hora, porque parece imposible tal riqueza tímbrica con 24 instrumentistas, y por la utilización de los contrastes. La luz y su ausencia se convierten en el más fundamental, y no sólo cuando, por indicación del compositor, se apagan todas las de la sala. En esos momentos los músicos tocan de memoria y el público concentra su atención, todavía más, en lo estrictamente auditivo. Pero, también con la luz encendida, hay sonoridades que resultan luminosas, incluso con centelleo (aunque siempre subyace un sombrío presagio), emergiendo frente a otras bien oscuras que funcionan como negros pedales. El uso que hace el compositor de la dinámica, y, especialmente, de los reguladores, es magistral: las mil formas de aumentar y disminuir el volumen se convierten en elemento capital para la progresión de la obra. La sorpresa juega asimismo potenciando los contrastes: pinceladas inesperadas de algún instrumento, consonancias repentinas en un mar disonante, amplios momentos de tranquilidad rotos por una tormenta sonora, o ese hermoso tema que tratan de enunciar, repetidamente, los cobres, pero que se rompe sin llegar nunca a su fin. Todo ello no constituye, en absoluto, un “catálogo” de recursos para que un compositor, nacido en 1953 y bien ducho ya en su oficio, luzca sus habilidades. Obedece, por el contrario, a una fuerte necesidad expresiva en el marco de una impecable arquitectura sonora.

Se sabe que Haas escribió in vain a partir de la impotencia experimentada, en 1999, ante el ascenso electoral de la extrema derecha austriaca. Quizá por ello, junto a cierto carácter descriptivo, pudo relacionarse la segunda sección que se ofreció sin apenas luz (en la primera, el apagado fue total), con la Segunda guerra mundial y el bombardeo de una ciudad. Venían a la cabeza el silbido de los proyectiles, las explosiones y la muerte. También, incluso, los focos antiaéreos barriendo el cielo. Con todo, si no hubiéramos conocido la motivación extra-musical que tuvo esta obra, la impresión de angustia hubiera sido la misma, ya que se produjo una especie de oscuridad “audible” -además de la visual- donde la música parecía descender al abismo, y el sufrimiento se hacía presente con una rara intensidad. De repente, sin que el discurso sonoro adoptara algún preliminar conclusivo, se encendió la luz y cesó por completo la música, en un abrupto final que contribuyó a la amargura de la pieza.

El público, en la sala Rodrigo del Palau de la Música, aplaudió con ganas al grupo Mixtour y a su director, Pablo Rus. De hecho, el ajuste fue impecable, incluso a oscuras, y la limpieza del tejido orquestal se consiguió plenamente. Además, tocaron con ganas: se percibía que los intérpretes eran conscientes de que tenían, como dijo Simon Rattle de in vain, una obra maestra entre las manos.

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