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entrevista a la oncóloga y catedrática de la uv

Ana Lluch: "Hay que desmontar la idea de que el cáncer es igual a muerte"

A caballo siempre entre la consulta, las aulas y el laboratorio, su nombre reluce como la referencia del cáncer de mama en España. La oncóloga Ana Lluch, que acaba de recibir la medalla del Consell Valencià de Cultura, es una de las pioneras tanto en la puesta en marcha de unidades de mama como en la investigación de nuevos avances contra los tumores. Los dos logros han permitido la curación del 80% de los casos, en los tiempos en los que el diagnóstico supera ya en importancia al tratamiento

| 03/09/2016 | 9 min, 42 seg

VALENCIA. El laboratorio no puede dar la espalda a los pacientes, ni la consulta puede ignorar los avances científicos. Ésa es la medicina que ejerce desde hace más de treinta años la oncóloga Ana Lluch (Valencia, 1949), entre aulas, pacientes y pipetas. Vive los casos clínicos en los pasillos del hospital con la misma expectación de la investigadora traslacional en biología molecular y secuenciación genética con un equipo de 28 personas. Calma la angustia ante las malas noticias de un diagnóstico con igual forma que inyecta la inquietud de aprender en el alumnado de Medicina como catedrática de la Universitat de València.

Ella es la misma chica que a los veinte años pensaba que nunca subiría la escalinata de la facultad por su origen humilde. Formada también en Milán y Houston, los prestigiosos médicos Javier García-Conde y Gabriel Hortobagyi han marcado su trayectoria profesional tanto como sus más de 10.000 enfermas. Pudo ser la nueva consellera de Sanidad, pero su vena clínica le reclama fuera de la política y la gestión.

Humanidad, acercamiento y diálogo son los rasgos que la han convertido en la referencia del cáncer de mama para pacientes y colegas. Nunca se le borra la sonrisa y el gesto cariñoso pese a que el tiempo apremie entre la consulta, las reuniones departamentales, las conferencias y las entrevistas. Aunque sea la hora de comer, Lluch nos recibe en su hábitat habitual, el del Hospital Clínico, donde dirige el Servicio de Hematología y Oncología Médica.

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—Defiende que la mejor política pública sanitaria en España es la campaña de prevención del cáncer de mama, algo en lo que los valencianos somos pioneros.

Junto con el de Navarra, nuestro programa de prevención, por su estructura, funcionamiento e índices de participación, ha sido el referente para otras comunidades. Ahora también lo es la campaña de prevención del cáncer de colon en todo el País Valencià, y lo ha hecho la misma persona, la actual secretaria autonómica de Sanidad, Lola Salas, con una extraordinaria gestión. Gracias a ella y a gente como Manolo Escolano, llevamos más de veinte años de programa de cáncer de mama. En Madrid y en Barcelona, con un estatus social mayor, han tardado en aplicarlos porque las mujeres estaban acostumbradas a hacerse controles por su cuenta. Si la aceptación de un programa no alcanza el 65-70%, no puede funcionar.

—El 80% de las mujeres con cáncer de mama puede curarse, gracias a la prevención y la avanzada investigación en biología molecular.

—El cáncer ha sido un tabú, y la idea era que el cáncer es igual a muerte. Es lo primero que desmonto a las enfermas en la consulta. Hoy intentamos que sea una enfermedad crónica. Hay que cambiar el concepto. La calidad de los diagnósticos es buenísima. Las mamografías son leídas por dos radiólogos especializados. Todas las semanas se reúne un comité multidisciplinario donde discutimos todos los casos con alteraciones vistos durante la semana en las unidades de prevención. El reto de la nueva investigación está en las resistencias de las células a los tratamientos biológicos actuales.

—¿Es necesario irse fuera para tratarse un cáncer?

—No se necesita ir ni a Estados Unidos ni a Navarra para tratarse un tipo de tumor. Antes tampoco era tan necesario, lo hacía quien podía pagárselo. Los que hoy lo siguen haciendo es como una forma de distinción. Puede que el ambiente sea mucho mejor fuera, con salas de espera y consultas más dignas, pero las técnicas y los tratamientos que se administran aquí son los mismos. En el diagnóstico se nos han avanzado a veces, pero si hay algo que no podemos hacer, nosotros mismos enviamos a los enfermos a donde haga falta.

—Una asignatura pendiente es mejorar la comunicación, no sólo entre médico y paciente, sino entre profesionales, por sus implicaciones en el diagnóstico.

—La fluidez entre profesionales, y entre hospitales, tiene que existir. Si los enfermos tienen libertad de elección por ley, no puede ser que no tengan todavía criterios formales para saber elegir profesional y centro. Los oncólogos valencianos dedicados al cáncer de mama hemos creado un grupo de WhatsApp y de correo electrónico para pasarnos los ensayos clínicos. Hemos sensibilizado a la Conselleria, pero todavía no hemos conseguido unificar bases de datos de los pacientes. Hoy en cáncer la estrategia diagnóstica es mucho más importante que el tratamiento. Hemos diseñado un programa de autorización de fármacos de alto impacto económico, pero somos los profesionales quienes decidimos, de forma optimizada, qué enfermos cumplen los criterios para administrárselos. En el anterior gobierno ya se empezaron a adaptar sistemas informáticos similares entre hospitales, pero es a nivel autonómico, no estatal.

—A pesar de los avances en diagnóstico y tratamiento, los mitos sobre el cáncer no paran de crecer. Algunas pseudoterapias niegan incluso que el cáncer exista. ¿Faltan campañas de las autoridades médicas más contundentes contra estos mensajes?

—A las enfermas siempre les digo que no se gasten dinero en las malditas medicinas alternativas. Más que alternativas, prefiero llamarlas medicinas no científicas, porque las personas que se dedican a este tipo de terapias no quieren someterse a estudios basados en el conocimiento científico, y por tanto, se basan en creencias. Se necesitan programas informativos mucho más clarificadores y radicales para la población.

—Usted ha conocido casos de pacientes que han buscado remedio en las pseudoterapias.

—He vivido más de cinco y más de diez casos en mi vida que han rechazado la medicina científica, y han venido a la consulta cuando ya no se podía dar más que cuidados paliativos. He visto cómo han sufrido, en qué condiciones han muerto, sin ningún control del dolor ni de los efectos de la enfermedad. Los enfermos y la familia a veces atribuyen los efectos al tratamiento o al fármaco, pero nunca piensan que el peor efecto secundario es la propia enfermedad. La mejor medicina es controlar los síntomas de la enfermedad. Es un gran problema de percepción.

—Muchos profesionales se quejan de que los pacientes piden en la consulta el tratamiento que han visto en Google o YouTube.

—Las posibilidades de informarse son maravillosas, pero hay que utilizarlas mucho mejor para difundir mensajes científicos. La medicina llega a la gente si se sabe explicar. Antes de empezar, la enferma necesita una planificación de la ruta de los tratamientos. De lo contrario, es un túnel en el que todo se ve muy negro. La incertidumbre es lo que peor llevan las pacientes. Y al contrario, la visión de futuro le va de cine a la enferma. En el caso de las mujeres jóvenes, les proponemos desde el primer día una preservación de la fertilidad, asegurando su descendencia, y es un gran estímulo. Tengo más de cien niños nacidos después de tratar a enfermas de cáncer de mama. Eso hoy lo hacemos en la medicina pública mejor que en ningún otro lugar.

—Con los nuevos aires políticos, el sistema de concesiones va en camino de la regresión, reintegrándolo en la sanidad pública. ¿El modelo de concesiones fue un error?

—El de las concesiones no es un modelo estratégico que queramos. Se exportaba como modelo, y de modelo no tenía nada. La empresa que no sea pública tiene su objetivo en los beneficios, y en la sanidad es muy difícil. Debemos saber gestionar la medicina pública sin vías de escape. Ahora hay un espíritu de conseguirlo con entendimientos para homogeneizar el sistema. Los aires que percibo son de una voluntad, no sólo de palabras electoralistas, sino de construir una base para pactos conciliadores. Los hospitales públicos deben contar con sus propios medios para realizar pruebas diagnósticas y emplear mejor sus recursos.

«He visto a mucha gente que rechazó la medicina científica, y han venido a la consulta cuando ya no se podía dar más que cuidados paliativos»

—La gestión sanitaria suscita debates. Algunos profesionales reprochan, al comparar modelos, que los equipos directivos de la red hospitalaria carecen de figuras de prestigio como usted.

—Debe haber comités que asesoren a los gestores sobre las necesidades de un hospital. La gente de prestigio profesional tiene que continuar al pie del cañón en su actividad asistencial o investigadora. En mi medio, estoy contenta con las personas que han puesto, tienen una gran cabeza para la organización. Gestionar un hospital no es fácil, se necesitan personas con conocimiento y formación. Yo no sabría gestionar. Me he formado para ser médico y servir en mi profesión. Muchos directivos hoy proceden de la medicina de familia. Creo que corresponde a un intento de acercar la atención primaria y la medicina especializada. No sé si es lo mejor, pero deberían aunarse ambos tipos de medicina, por sus necesidades distintas.

—Después de 35 años de ejercicio profesional, ha visto a más de 10.000 enfermas con cáncer de mama. Suele decir que las enfermas le han enseñado a vivir. ¿Cómo se enseña a convivir con el cáncer?

—En Valencia, donde somos un matriarcado total por naturaleza, la mujer es un ser altruista, no piensa en que se puede morir, sino en que tiene que llegar a la comunión de su hijo. Hay que integrar el diagnóstico como un estímulo para avanzar, con una reflexión profunda sobre lo importante de la vida. La enferma que lo sublima, que dice tenerlo todo superado, me da pánico, porque cuando cae no hay nada ni nadie que la alce. A la que se rebela, que llora y se pregunta qué ha hecho para tenerlo la puedo ayudar mucho más. Explicarlo bien es una ayuda importante. La vida me la han enseñado las enfermas. Cada noche las recuerdo a todas pensando en qué puedo hacer por ellas. De vacaciones, la desconexión me da miedo, por pensar qué les pasará.

(Este artículo se publicó originalmente en el número de mayor de la revista Plaza)

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