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CARTAS DESDE BOLONIA 

Honrarás a tu padre

Judíos, paganos, gentiles, grecolatinos, semitas, cristianos, si algo tenemos en común es la adoración falocéntrica del padre, del hijo, del espíritu santo y todas sus paranoias correspondientes

25/09/2017 - 

VALÈNCIA. 

Hazte hombre, Telémaco, y crece.
Sólo los dioses saben si hemos de encontrarnos.
Tampoco ahora ya no eres el chiquillo
ante el cual detuve aquellos toros.
Hoy, de no ser por Palamedes, estaría a tu lado.
Pero tal vez sea mejor así: pues sin mí
te has librado de los males de Edipo,
y en tus sueños, Telémaco, ignoras el pecado.

Joseph Brodsky

Judíos, paganos, gentiles, grecolatinos, semitas, cristianos, si algo tenemos en común es la adoración falocéntrica del padre, del hijo, del espíritu santo y todas sus paranoias correspondientes. Las heredamos, las proyectamos y así sigue creciendo una cosmogonía masculina llena de fascinación y de rabia. En otras latitudes, la madre tierra, la madre protectora, las divinidades femeninas explicaban el origen del mundo, como diría Courbet. Aquí, pese a Courbet, Flaubert y Pablo Picasso, todo es hombre. Ahora que lo pienso: también Courbet, Flaubert y Picasso hablaban de hombres aun enseñando vaginas en sus cuadros. Todo es padre. Todo es estirpe que determina el devenir del hombre sobre la tierra.

Si la cultura occidental se basa en la confluencia sampleada de lo bíblico y lo homérico, nada más machirulo que el Génesis o la Ilíada. Lo de la costilla y tal, al principio de los tiempos, es muy obvio. El mandamiento del honrar al padre (y a la madre) lo ponen por escrito, como las sentencias del Tribunal Constitucional. La imagen de Abraham a punto de acuchillar a su hijo para ganarse el favor de Dios también es una imagen entrañable. En ese sentido, la Biblia podría competir en sangre y combinaciones trágicas de ADN con Juego de Tronos. ¡Pero si hasta Dios entrega a su hijo para que lo crucifiquen! Es decir, que somos, en general, una cultura bastante alegre.

Joseph Brodsky (Iósif en su Leningrado natal) imaginó lo que le diría Ulises a Telémaco, su hijo, en sus veinte años de desaparición. Tu padre, rey de Ítaca. Tu padre, el héroe de la guerra de Troya. Tu padre, desaparecido en el mar Egeo durante dos décadas. Y ese niño creciendo solo en las estancias con balcón del palacio de Ítaca, rodeado de padrastros que agasajan a su madre tejedora para ocupar el trono del rey, sin Ulises que le enseñe a templar el arco y a sacrificar bueyes. El poeta Brodsky, que abandonó la madre patria soviética tras haber sido considerado parásito social y condenado a trabajos forzados por Nikita Jrushchov, acabará diciendo en boca del progenitor: querido hijo, es mejor así, no sabes la que se va a liar entre padres e hijos en los próximos tres mil años.

De Franz Kafka conoceremos en los próximos tres mil años de todo menos sus libros. Haremos visitas por la ciudad vieja de Praga, nos señalarán la tienda de tejidos de su familia, el callejón dentro del castillo en el que vivió, la oficina en la que trabajaba de empleado, el hotel que lleva su nombre, el café al que acudía reconvertido en Starbucks (¿ha ocurrido ya?). En los suplementos culturales solo hablaremos de su Carta al padre, como si fuera literatura. Como si esa misiva explicara más el imaginario kafkiano de un mundo maquinal y asfixiante, opresor, desesperanzado y triste. Absurdo y legalista como un Proceso. O como un Procés. Lo cierto es que hemos elevado a categoría literaria un conflicto familiar que nos habla de una cultura emocional totalitaria, del desapego masculino, de la reverencia falocéntrica tan atractiva como desdeñosa.

 

Oración en Columbia University

José Hierro escribió su “Oración en Columbia University” entre las paredes del campus americano, mientras recreaba el paso de Federico García Lorca por aquellas explanadas con césped, aquella biblioteca con cúpula, aquellas mismas aulas en edificios neoclásicos sobre cuyos dinteles se oscurecen los nombres de Sófocles, Aristóteles o Cicerón. Hierro recordaba la pobreza de su padre, el anhelo de tener agua corriente algún día, milagro que había escuchado de ciudades mágicas. Hierro retenía en la memoria las palabras de su padre exigiéndoles limpieza, insultando y ordenando con rudeza, y la imagen de su cuerpo colgando sin vida del olivo.

Coño, joder, carajo, a lavarse la cara, hostias'.
Y abro los grifos, lavabos, duchas, retretes,
se desbordan las aguas que él soñaba
en la choza de adobe y paja,
cantan la gloria de la recuperación,
y mi padre navega por las aguas,
le provoco, gritándole desconsolado.
'iPapá!'. 'Mariconadas', me contesta.

Jaume Vidal i Alcover concentró esa paradoja dolorosa en otros versos: “ara sí que som lliure i estic sol: quan les ombres / precipitades cauen damunt la teva tomba”. Muerte, libertad y abandono. Y de Manacor a Girona, a través de varias generaciones, Maria Cabrera i Callís recomponía la memoria de un padre esquivo, acaso inexistente (inexistente en la variable del “estar”, aunque no del “ser”). Y Sílvia Pérez Cruz lo cantó con tanto amor:

Pare meu, que trobi tota la memòria, pare meu!,
que trobi intactes les meves condemnes de nena de set anys,
que trobi intactes el fonoll i els gallarets vermells
—gall, gallina o poll, pare meu?—,
que trobi intactes la teva història i la meva, juntes, volent-se, pare meu,
com mai no van poder ser,
com mai no podran ser, ara,
oh pare meu,
pare meu que ja no ets al poble.

¿Qué ocurre cuando el padre no es como quisiéramos que fuera? ¿Y si Isaac se revelara contra Abraham? ¿Y si el hijo de Dios sintiera de verdad el abandono al pie de la Cruz? Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado. Y si Telémaco no reconociera a su padre, a pesar de la marca en el cuerpo, de la cicatriz y de las súplicas de su madre.

Goran Vojnovic explora en Yugoslavia, mi tierra la guerra de los Balcanes en los noventa, que vivió siendo pequeño. Y nos deja una pregunta en el aire: ¿y si nuestros padres, serbios, eslovenos, yugoslavos, fueran aquellos que nos muestran las televisiones y los periódicos sentados en el banquillo del Tribunal de La Haya, de la Corte Penal Internacional, acusados del genocidio de Srebrenica? Alguna vez debiéramos romper esas genealogías trágicas.

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