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CRÍTICA DE CINE

Isabel Coixet y el coraje femenino

10/11/2017 - 

VALÈNCIA. Desde que la descubrimos a finales de los años ochenta con Demasiado viejo para morir joven (1988), el cine de Isabel Coixet se inscribió dentro de la órbita del cine indie del momento. Sus personajes y su forma de contar las historias entroncaban con una nueva sensibilidad que capturaba la modernidad y el espíritu de la época.

Fue el momento de esplendor de cineastas norteamericanos como Halt Hartley, Jim Jarmusch, Alexander Rockwell o Tom DiCillo, también de Gus Van Sant. Sus relatos eran minimalistas desde el punto de vista formal, estaban dotados de un humor soterrado y, sobre todo, desprendían muchas dosis de melancolía. Además, sus seres parecían encontrarse fuera de este mundo, como si fueran marcianos incomprendidos que se refugiaran y escondieran en sus propias inseguridades y frustraciones.

Para subrayar todavía más esta filiación indie-americana, y también como una forma de escapar del panorama audiovisual español que no se adecuaba a sus intereses artísticos, la cineasta marchó a Estados Unidos para realizar Cosas que nunca te dije (1996) que terminaría por convertirse en su película más icónica, con un reparto encabezado por una de las musas underground del momento, Lili Taylor. En ella, la realizadora marcó las pautas de su estilo (a medio camino entre el universo pop y el lenguaje publicitario en el que se forjó durante sus años en la productora Eddie Saeta) para configurar una historia sobre la soledad y la incomunicación en un mundo cada vez más alienado y hermético a la hora de expresar los sentimientos, en el que el romanticismo se convertía en un concepto casi etéreo.

En su siguiente película, cambió de género sin renunciar a su estilo. Abordó el drama de época en A los que aman (1998), rodada en España, pero con vocación internacional y con la imponente presencia de Monica Bellucci dentro del reparto. Fue considerada por muchos una película fallida y se criticó una cierta tendencia al amaneramiento formal y a la cursilería expresiva. Algo cuyos detractores tuvieron que dejar a un lado en su siguiente película, de nuevo filmada en Estados Unidos y con Sarah Polley interpretando a una joven madre que se enfrentaba a una enfermedad terminal. En Mi vida sin , la directora consiguió mantener el equilibrio entre el drama lacrimógeno y la distancia emocional para construir una película modélica, y muy madura, en torno al dolor y la inminencia de la muerte.

Tras esa magnífica obra, La vida secreta de las palabras (2005) volvió a demostrar las debilidades de la cineasta, esta vez amplificadas por mil. Imágenes ensimismadas, una poética de la imagen relamida, y unos personajes imposibles de creer. A pesar de todo, fue la confirmación popular del cine de Isabel Coixet: Ganó cuatro premios Goya, entre ellos mejor película, mejor dirección y mejor guion original y casi se podría considerar perfectamente como el culmen de su carrera a nivel comercial.

A partir de ese momento, compaginaría las propuestas más personales con los encargos, las adaptaciones literarias y los guiones originales, los rodajes internacionales con los nacionales.

Puso en imágenes el siempre complicado mundo de Philip Roth en Elegy (2008), a partir de la novela “El animal moribundo”, para hablar del deseo y la decadencia, de la obsesión y de la muerte. Y filmó con pudor y eficacia la intimidad de la pareja conformada por Penélope Cruz y Ben Kingsley.

En Mapa de los sonidos de Tokyo (2009) materializó su fascinación por la cultura oriental, y lo hizo a través de una de esas parejas insólitas que caracterizan su cine, la formada por la japonesa Rinku Kikuchi y Sergi López para contar una extraña historia repleta de una buena y variada retahíla de los peores manierismos y tics afectados made in Coixet.

Quizás por eso, en su siguiente película, (de ficción, porque entre medias firmaría un buen puñado de documentales, entre ellos Escuchando al juez Garzón (2011), con el que gana el Goya en esa categoría), Ayer no termina nunca (2013), optó por un estilo mucho más desnudo, casi teatral para componer una película pequeña y alejada de toda parafernalia visual, en la que lo importante era el texto (de nuevo en torno a la pérdida y con la crisis económica como telón de fondo) y los actores, Candela Peña y Javier Cámara..

Ese mismo año estrena la película de encargo Mi otro yo (2013) en la que se aproxima al terror en clave psicológica y comienza un inesperado resurgir a base de la más diversa variedad de proyectos: la estupenda comedia multicultural Aprendiendo a conducir (2014), con Patricia Clarkson y de nuevo Ben Kingsley, el curioso documental Spain in a Day (2016) y la atrevida e indómita película de aventuras ambientada en el Polo Norte, Nadie quiere la noche (2015), protagonizada por una fantástica Juliette Binoche.

Ahora regresa con un proyecto muy personal, la adaptación de la novela de Penelope Fitzgerald titulada La librería en la que se sumerge en la vida de provincias de un pequeño pueblo costero británico a finales de los cincuenta para contar la historia de una mujer (interpretada por Emily Mortimer), viuda de guerra, que tendrá que luchar contra las estructuras de poder sobre las que se asientan las clases acomodadas e influyentes (representadas en la figura de la aristócrata que encarna Patricia Clarkson), por el mero hecho de querer hacer realidad su sueño, que no es otro que regentar una pequeña librería.

La Coixet se adapta de forma tan precisa al relato, a la ambientación retro-bristish, a la elegancia innata de los personajes, que casi podríamos decir que parece una cineasta autóctona. A pesar de todo, no pierde ni un ápice de su impronta, aunque esta vez todo se ajuste a una mayor delicadeza, casi a una extrema timidez a la hora de mostrar los sentimientos y las emociones. Nada de diálogos impostados, ni de retóricas expresivas. Solo un relato limpio y pulcro que gira en torno al coraje, a la nxfecesidad de ser fiel a uno mismo, aunque todo se ponga en contra a nuestro alrededor. Porque a pesar de su apariencia de tragicomedia amable, La librería guarda mucha bilis en su interior. Al fin y al cabo, trata sobre la imposibilidad de ser bueno y honesto en un mundo cruel y sin sentimientos, avasallador, manipulador y en el que no hay cabida para la inocencia.


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