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Kathryn Bigelow: La cineasta indómita

15/09/2017 - 

VALÈNCIA. Kathryn Bigelow es una de las pocas directoras que han conseguido insertarse dentro del mainstream, de la industria y del sistema, ganar Oscars y al mismo tiempo mantener un discurso estrictamente personal e intransferible que la convierten en una de las voces más potentes tanto a nivel visual como discursivo que operan en la actualidad. 

Han pasado cinco años desde su última gran obra, La noche más oscura (Zero Dark Thirty) (2012) en la que narraba la operación de captura de Osaba Bin Laden a través de una perspectiva casi documental. Pero ya se había convertido en una excelente cronista de algunos de los acontecimientos más incómodos y traumáticos de la historia reciente de los Estados Unidos. Si en En tierra hostil (2008) se introducía la Guerra de Irak desde el punto de vista de un soldado y en La noche más oscura (Zero Dark Thirty) en los atentados del 11-S a través de la agente de la CIA que llevó a cabo la detención del líder de Al Qaeda, ahora aborda, utilizando una polifonía de voces que intenta integrar todas las angulaciones posibles, los disturbios raciales que tuvieron lugar en la ciudad de Detroit en julio de 1967 (justo cuando se cumplen cincuenta años) donde murieron 43 personas en su mayor parte de color a mano de las fuerzas policiales, y que ha terminado erigiéndose como foco histórico de las tensiones raciales en el país y en caja de resonancias de la xenofobia insertada en la sociedad americana desde entonces hasta la actualidad. 

 

A la directora le interesa contar las historias desde dentro, a través de un planteamiento inmersivo que introduzca al espectador en la acción. Porque Bigelow, lo que busca en este caso, es mostrar el racismo no de una manera abstracta, sino a través de reacciones y personajes reales, que nos ofrezcan una perspectiva interiorizada y subjetiva a través de su propio sistema de valores, de sus inseguridades y de sus miedos. Que sintamos a través de ellos en cada momento la intensidad de lo que está pasando. Y a partir de ahí, situarnos en el terreno como si tuviéramos unas gafas de realidad virtual. 

En realidad, Kathryn Bigelow siempre sido una directora de cine de acción que ha sabido adaptarse a las características técnicas de cada época para componer películas que de alguna manera intentaban captar el espíritu de su tiempo.  

 

Debutó en 1982 con The Loveless, codirigida junto a Monty Montgomery (ambos pertenecían a la escena alternativa, bohemia y experimental de Nueva York), cinta de moteros protagonizada por Willem Dafoe influida por Kenneth Anger y en la que ya se apreciaba su interés por la estética y el elemento intelectual dentro de su trabajo, aunque se tratara de una película de género. Desde sus trabajos universitarios a la directora siempre le interesó la representación de la violencia en el cine. Y quizás por esa razón se encargó de reflexionar sobre ella a través de imágenes que se alejaban de los convencionalismos y los clichés, subvirtiendo muchas de las convenciones establecidas hasta el momento incluso dentro del cine comercial. En 1987 llegaría su espaldarazo definitivo gracias a Los viajeros de la noche, película de vampiros que bebía tanto del western como de la explotation y que se convertiría casi de manera inmediata en una película de culto. 

En Acero azul (1989) abordó su primer gran personaje femenino contundente de su carrera. Una de esas mujeres que, como ella, tienen que demostrar que son todavía más fuertes y poderosas para reivindicar su derecho a trabajar en un sector tradicionalmente reservado al género masculino. La aguerrida Jamie Lee Curtis se metía en la piel de una agente de policía que se veía sumergida en una espiral de violencia, así como en las contradicciones de su profesión en lo relativo al verdadero significado de la ley y de sus márgenes. 

 

Con Le llamaban Bodhi (1991) alcanzó otro de sus hitos. La película sobre surferos y atracos protagonizada por Keanu Reeves y Patrick Swayze continúa añadiendo adeptos con el paso de los años, entre otras muchas cosas por la capacidad de Bigelow para rodar las escenas de acción y por su instinto a la hora de describir el mito de la contracultura americana a través de la figura de un hombre, Bodhi, erigido como una especie de gurú, como símbolo de la libertad dentro de una sociedad repleta de taras.   

Si la naturaleza, las olas, la playa, constituían los principales elementos de su anterior película, en Días extraños (1995) se inserta en el territorio de la noche y de las drogas sintéticas. Fue la película más moderna del momento. Un thriller cyberpunk en el que, a pesar de la decadencia del entorno, se respiraba un halo romántico gracias al personaje que interpretaba Ralph Fiennes. 

 A partir de ese momento la trayectoria de la directora se sumergió en una etapa confusa. La fallida El peso del agua (2000) y la superproducción insatisfactoria con reparto de lujo K-19: The Widowmaker (2002), hasta que consiguió renacer de sus cenizas gracias al éxito inesperado y el reconocimiento de En tierra hostil, que le proporcionaría seis Oscar de la Academia, entre ellos el de mejor directora, convirtiéndose en la primera mujer en alcanzar ese galardón en la historia. Tanto En tierra hostil, La hora más oscura (Zero Dark Thirty), como ahora Detroit, se encuentran vinculadas por una misma fuerza motriz invisible, la de revisar la historia americana desde una perspectiva tan íntima como global, y siempre febril, como si se tratara de una crónica de urgencia a través de una mirada incisiva y contundente, la de una directora a la que no le importa sumergirse en el barro para extraer de él material reflexivo en torno al mundo que nos rodea.  

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