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CRÍTICA MUSICAL

La Orquesta de València, en estado de gracia, embruja al público con un Mahler memorable

3/04/2017 - 

VALÈNCIA. Interpretó de nuevo la Orquesta de Valencia, con Yaron Traub al frente, a uno de los compositores que mejor sintonizan: Gustav Mahler. En concreto, su Tercera Sinfonía, que el día anterior se había dado en Alicante. Esta vez no basta con decir que lo hicieron bien, pues la sesión fue verdaderamente memorable. Orquesta y director consiguieron poner en vilo a una sala llena hasta arriba, con una sinfonía –servida como plato único en el programa- que tiene la inusual duración de hora y media. Pero allí nadie se movía. Ni siquiera hubo toses entre los movimientos, y no es una broma el reseñar esto como un hito casi insólito desde que existe el Palau de la Música. Nadie se movía y nadie tosía porque el público estaba embrujado con la música. Pasa pocas veces, pero a veces pasa: son los milagros de la escucha en directo.

La presencia de Waltraud Meier pudo influir. Ante su nombre cualquier músico se persigna y procura ponerse a la altura. Pero no pueden atribuírsele los méritos de los cuatro movimientos donde no interveno. Sí lo hizo en el cuarto y el quinto, con esa voz que, aun en horas bajas por los años, encuentra la forma de seducir con sólo las cuatro primeras palabras: Oh, Mensch! Gib acht! (¡Oh hombre! ¡Presta atención!). Meier ha actuado frecuentemente con Traub y la Orquesta de Valencia, y su estilo, siempre vivificante como modelo para los músicos valencianos, consigue en contrapartida una dinámica que se pliega a sus condiciones vocales, un fraseo que evita el menor desajuste, y, sobre todo, un respeto inmenso hacia el enfoque que la mezzo alemana le da a cada obra, esté cantando Isolda o, como este sábado, la Tercera de Mahler. Mucho antes de que ella saliera, sin embargo, las soberbias trompas iniciales iniciaron la partitura con un alto grado de tensión, tensión que no iba a decaer hasta pocos minutos antes del final, cuando un cansancio muy comprensible hizo algo de mella en los intérpretes. 

La Tercera Sinfonía es una partitura que ha suscitado muchas explicaciones extramusicales, empezando por las que dio el propio Mahler. No deja de ser atractiva la del darwinismo hecho música, basada en los rótulos iniciales de los movimientos. Pero la música, sin embargo, se mueve en otra esfera, y bien lo sabía el compositor cuando los eliminó. La utilización de un texto de Nietzsche en el cuarto movimiento puede generar también interpretaciones de corte filosófico. Ciñéndonos a lo estrictamente musical, llama la atención la similitud entre un motivo enarbolado por los timbales hacia el final de la obra, con el que el mismo instrumento utiliza para iniciar el poema sinfónico Also sprach Zaratustra, de Richard Strauss. La alusión a la medianoche también se produce en las dos. Ambas partituras son coetáneas, pero a pesar de la mirada sobre Nietzsche y la semejanza de algún motivo, el espíritu que las recorre es bien distinto. Se ha señalado asimismo el intento de abrazar el mundo en su totalidad, o la influencia que el paisaje alpino  ejerció sobre una obra compuesta en la localidad tirolesa de Steinbach. De hecho, la Tercera, aun con todos las interrogantes que encierra, es quizás la sinfonía más amable y menos sardónica del compositor. 

Ejecución impecable y cálida de la orquesta

Lo anterior no implica la ausencia de dramatismo, porque éste es casi consustancial a la mirada de Mahler sobre el mundo que le rodea, y el acerado contrapunto de sus pentagramas bien lo confirma. Por eso la limpieza en la ejecución por parte de la orquesta, y la dirección de Traub, que atendió con esmero a la clarificación del tejido sinfónico, contribuyeron mucho a que el oyente se dejara llevar por los telúricos choques del primer movimiento, la gracia danzable del segundo, o el arcádico color del tercero. Ya se ha mencionado el cuarto, meditativo y como suspendido en el aire, por obra y gracia de Waltraud Meier (sin olvidar la aureola creada por las trompas, o las dulces respuestas del oboe). El quinto, de una ingenua transparencia, fue servido con delicadeza ejemplar por los coros de mujeres y niños del Orfeó Valencià. También por  Meier, aunque tuvo aquí algún momento apurado. En el sexto y último, de una duración tan extraordinaria como el primero (en torno a la media hora cada uno de ellos) parecía que Traub y los instrumentistas quisieran recrearse en una música que gira y gira sobre sí misma, buscando y encontrando –esta vez sí- desde el pianissimo que roza el silencio, hasta el forte más agresivo.

La nómina de solistas con un papel relevante y extremadamente cuidadosos en su quehacer sería interminable. Mencionaremos sólo a Javier Barberá, pues su ajuste con la orquesta y la riqueza de matices, al encontrarse fuera de la sala, resultaron doblemente difíciles. Todas y cada una de las secciones funcionaron, por otra parte, con una calidad –y una calidez- interpretativas muy notorias, superando con creces las expectativas despertadas.

El concierto estuvo dedicado a la memoria de Alfredo Brotons, crítico del diario Levante y la revista Scherzo, que falleció inesperadamente el pasado 21 de julio. Profesor de filosofía y traductor, realizó un exhaustivo seguimiento de la vida musical valenciana. La propia Waltraud Meier habló este sábado de su figura en una entrevista. El director del Palau de la Música, Vicent Ros, y la concejala de Cultura, Glòria Tello, recordaban su figura en el programa de mano. 

Los que le conocimos, todos, le echamos mucho de menos.

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