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TENDENCIAS ESCÉNICAS

Las Naves programa un maratón de baile, llanto, polvo, sudor y supervivencia

Alberto Velasco dirige una obra inspirada libremente en la película Danzad, danzad malditos de Sidney Pollack

23/11/2016 - 

VALENCIA. Alberto Velasco es actor, director de teatro, bailarín y coreógrafo. El gran público le conoce por su papel del funcionario de prisiones Palacios en la serie Vis a vis, emitida en Antena 3, pero la escena lo vio primero. El intérprete vallisoletano arrancó su carrera con la performance autobiográfica ¡Vaca!, donde reivindicaba su gordura. Y continuó dando visibilidad a la belleza que no se ajusta a los cánones sociales en dos espectáculos sucesivos junto al Premio Nacional de Danza Chevi Muraday. Primero fue Cenizas o dame una razón para no desintegrarme, y luego En el desierto

Estos dos últimos años ha sido reconocido con sendos premios Max al espectáculo revelación. En 2015, como parte del elenco de Los nadadores nocturnos, y el presente año, como director por Danzad malditos, del dramaturgo Félix Estaire, que este fin de semana, los días 26 y 27 de noviembre, extenúa a sus actores en Las Naves.

La obra es una adaptación libre del libro ¿Acaso no matan a los caballos?, de Horace McCoy, drama ambientado en la Gran Depresión que en 1969 inspiró a Sidney Pollack el clásico cinematográfico Danzad, danzad malditos.

Libro, película y obra de teatro se remontan a los años treinta en EE.UU. En aquella época de miseria, las clases altas acudían a inhumanos maratones de baile a apostar por parejas de concursantes que se disputaban el trofeo a riesgo de su salud física y mental. La liza podía prolongarse hasta tres meses. Velasco no ha llevado a su reparto a ese extremo, pero los agota frente a los ojos del espectador durante hora y media. Los paralelismos con la interminable crisis actual son obvios.

 

Caballos son actores

“Estamos viviendo una crisis del capitalismo. El dinero no se ha esfumado, está, pero ahora lo tienen unos pocos. Esa sensación de sentirte estafado e impotente ante la pobreza está en el libro. Como también la demostración de que la gente no es débil, ni carece de sueños, sino todo lo contrario –valora Velasco-. En la sociedad de hoy en día aprecio personas súper potentes, que a pesar de todo, siguen luchando, que salen adelante con mucho menos de lo que tenemos a mano y de lo que nos dan. La historia se repite con un siglo de diferencia”. 

Mueren los caballos cuando dejan de ser útiles y muere una anciana porque no pagó la luz y se iluminaba con velas. “Las clases obreras trabajamos para gente que se lleva todo el dinero, incluso el que nos pertenece, y cuando no les servimos, nos apartan a un lado, como ha sucedido con la señora de Reus. No podemos llegar a esos niveles de deshumanización”, lamenta.

No obstante, matiza que a la compañía Malditos no le interesa meterse en la harina de la política, sino reflexionar sobre el factor humano, sobre las consecuencias sociales de las prácticas políticas. Y en último término, sobre el oficio de actor: “En la trama hallamos un vínculo con la tiranía de nuestra profesión. Nuestro trabajo es una lucha constante para seguir en activo. Cada día has de demostrar que eres un buen intérprete, que sigues valiendo la pena, y cada día te enfrentas al rechazo”.

 

Bailar hasta morir en un establo

La estética del espectáculo es cercana al universo de Sidney Pollack, donde la metáfora de la deshumanización se presenta de manera más onírica que en la novela. Los actores de este experimento teatral replican movimientos equinos, un maestro de ceremonias interpretado por Rulo Pardo hace restallar una fusta y la acción transcurre en un salón hundido en tierra que remite al interior de un establo. La escenografía viene firmada por Alessio Meloni.

La música integra temas europeos y estadounidenses de los años treinta y piezas de barroco en directo a cargo de Verónica Ronda. “Me gusta jugar con el playback y la música en vivo, de modo que hay momentos en que no sabes si es ella la que está cantando que te mueres o Edith Piaf”, avanza Velasco.

Suena Edith Piaf, suena Ella Fitzgerald y suena Henry Purcell. “Hemos encontrado una conexión muy directa entre todos a través de la melancolía”, justifica el director.

Chanson, jazz y lieders se hilan en una atmósfera musical que envuelve a los desesperados protagonistas. El responsable de ese colchón musical es Mariano Marín, quien “tomando unas notas de aquí y de allá, ha creado una gran banda sonora”.

 

No hay dos iguales

La competición sobre las tablas es real. Cada función es diferente a la anterior, porque las parejas resisten en directo frente al público hasta que una se proclama vencedora. Ni ellos mismos saben quiénes van a ganar. Pero Velasco niega que exista improvisación.

“Es similar a la dinámica de los libros Elige tu propia aventura: escojas una opción u otra, la historia está marcada. Los actores saben qué tienen que hacer, pero las conexiones son infinitas. Es como si salieran a representar Hamlet. Se saben todos los personajes: Ofelia, Gertrudis, Claudio, Hamlet, y durante el montaje van viendo quién les toca en cada escena”. 

El director asegura haber visto el espectáculo más de un centenar de veces y no haber asistido nunca a una repetición exacta. “Ha habido espectadores que me han escrito en Facebook para contarme que han venido al teatro media docena de ocasiones y han visto seis espectáculos distintos. Hubo días que se emocionaron más porque siguieron la línea del ganador, otros en los que empatizaron con el que echaron el primero y perdieron con él. El público experimenta unas emociones u otras dependiendo del viaje”.

 

El resultado es un espectáculo muy vivo, donde el público termina jaleando a los concursantes. Sin ser teatro interactivo, la barrera entre el espectador y el escenario se franquea. Velasco hace referencia a una escena en concreto en la que los concursantes han de correr 15 minutos. Los últimos que llegan, quedan descalificados. A mitad de carrera, cuando las fuerzas empiezan a flaquear y los actores tropiezan, se empujan y caen, la audiencia suele levantarse a aplaudir. “Es una sensación de comunión. El público les anima, les vitorea, gritan… Resulta mágico”.

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