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Los mercados olvidados

Son los otros mercados. Los humildes, los de la periferia. A los que no hacemos caso porque ni siquiera sabemos que existen. Los mercados de los barrios más modestos de la ciudad sobreviven, pero no pueden evitar sentirse discriminados

| 21/09/2018 | 6 min, 14 seg

El sábado pasado tuvo lugar la tercera edición  del Bonic/a Fest, la gran fiesta de los mercados municipales valencianos. Una noche para celebrar, para bailar, para comer, beber y reivindicar el comercio de proximidad. Los principales mercados de la ciudad estaban abarrotados. Hubo momentos que en el Mercado Central no cabía un alfiler y el parking situado en el sótano del Mercado de Ruzafa estuvo completo gran parte de la velada. Pero la fiesta no fue igual en todos los mercados. El Mercado de Benicalap no abrió, tampoco lo hizo el de Nazaret, y en el de Torrefiel solo cuatro o cinco paradas de las quince que cada día suben la persiana quisieron sumarse al festejo. 

En Valencia tenemos 17 mercados municipales, contando el de la Plaza Redonda, que hace ya tiempo dejó de cumplir esa función, y el de Benimàmet. Algunos de ellos están al borde de la extinción, como el del Grao, con solo tres paradas abiertas, o el de San Pedro Nolasco, donde sobrevive un solo puesto de encurtidos de los 50 que había. Luego están los que juegan en Champions: el Central, el de Colón, el de Ruzafa con sus más y sus menos (ya hablamos en su día en este artículo de la cantidad de paradas cerradas y las dificultades que atraviesan los comerciantes más jóvenes para revitalizar el espacio) y el del Cabanyal. El Mercado de Rojas Clemente, el de Jesús, el de Mossen Sorell, Algirós o el de Jerusalén se situarían un peldaño por debajo, aunque manteniéndose a flote. A continuación, el resto. Benicalap, Torrefiel, Nazaret, Avenida del Cid. Las hermanas feas. En las antípodas del esplendor arquitectónico, inexistentes para las guías de viajes y los flashes de los turistas, alejadas de las corrientes hipster que en algunos casos han devuelto algo de vidilla a estas plazas. 

En el Mercado de Benicalap, todos los puestos lucen grandes carteles con crespones negros denunciando la situación que llevan padeciendo en los últimos doce meses. El aire acondicionado no funciona desde hace un año. Los comerciantes dicen que este verano ha sido un infierno. Las ventas bajaron y en algunas paradas el género se estropeó. Jorge lleva tres al frente de un puesto de carne de potro. Está contento de trabajar en el mercado pero, igual que el resto de comerciantes,  está harto de que el Consistorio no les haga caso.  "La colaboración que hace el Ayuntamiento en este mercado es bastante pésima. Llevamos un año sin aire, este verano llegamos a 40 grados", afirma. Cristian vende fruta y verdura en el mercado desde hace doce años, "nosotros estamos bien, gracias a Dios, nos hemos ido defendiendo", apunta, pero además del asunto del aire acondicionado, cree que el mercado necesita un parking. "Hay poco sitio para dejar el coche, tenemos al lado una zona peatonal, cuando les parece viene la policía y denuncia aunque no molesten los coches... deberían habilitar una zona de aparcamiento", apunta.  El sábado pasado, no hubo bailes ni desfiles por el Bonic/a fest, en lugar de abrir el mercado, el Ayuntamiento organizó una paella con los vecinos. 


El barrio de Nazaret también cuenta con un pequeño mercado. Más persianas cerradas que abiertas son el testigo silencioso del declive de un modelo que va desangrándose lentamente. Sólo cinco paradas resisten, igual que la aldea gala de Asterix frente a los romanos. Una pescadería, una frutería, una carnicería, una panadería y una cafetería. Las pasadas fallas cerró el puesto de salazones. No hay competencia, y durante el tiempo que pasamos allí, vemos trajín de clientes que van y vienen. "Aquí somos como familia, quien viene aquí es el que quiere calidad y un trato cercano, pero en cuanto las señoras mayores falten...", dice Celia, la encargada de la carnicería, que lleva trabajando aquí once años. También se quejan del aire acondicionado. Uno de los dos aparatos lleva estropeado todo el verano y sigue sin arreglarse. "A mi el género no me aguanta igual, a la frutera los tomates se le maduran...", afirma. 

Carmen es la dueña del puesto de frutas y verduras, la vendedora más veterana en la actualidad. Lleva trabajando en el Mercado de Nazaret 30 años. "Cuando yo entré éramos 15, ahora somos cinco. La cosa está mal, sí que hay clientela, pero aquí no puede haber mucho puesto repetido, uno de cada, la gente además tiene poca paciencia, quiere venir y hacerse millonario la primera semana. Yo llevo aquí 30 años y no me ha ido mal del todo", cuenta. "El Ayuntamiento no nos hace caso. Nos cobran como un mercado de primera y somos como un mercado de tercera. Estamos ya 14 meses sin aire, la pila del baño de minusválidos se rompió al mes de hacerla y aún no nos la han puesto. Estamos un poquito abandonados. Somos pocos y por eso no nos hacen mucho caso".



Mucho más grande es el Mercado de Torrefiel, pero de nuevo, las numerosas paradas cerradas dan un cierto aspecto de abandono. Unos quince puestos abren cada mañana, la mitad de los habilitados.  En este barrio, muchos de los vecinos son latinos, y eso se nota en el tipo de paradas, algunas no tan tradicionales. Es el caso de la parada de Paula, una joven venozolana que lleva un año trabajando en el mercado. "Mi experiencia es buena, aunque me gustaría que pusieran música ambiente y que los sábados no nos cerraran a las dos. A veces estás en plena venta y te cierran. Al menos que dejaran hasta las tres o las cuatro", explica.

La carnicería de Germán es un negocio familiar que lleva 31 años en el mercado. "El tema de los horarios influye mucho. La gente que trabaja no puede venir a comprar. No es necesario abrir todas las tardes, pero sí hacer un cambio de horarios y modernizarse. Estamos un poquito anticuados. No hay servicio a domicilio, tampoco web para hacer la compra online... pero ponernos todos de acuerdo es difícil. La gente mayor no quier cambios", explica. Amparo, su madre, recuerda cuando las colas para comprar en su carnicería los viernes daban la vuelta. Hoy es viernes y hay muy poco movimiento. Germán tampoco abrió para el Bonic/a fest. "He abierto dos años y ya no abro más", dice. Manolo vende huevos en este mercado desde hace 31 años. Calcula que a la semana vende más de 14.000 huevos. Su clientela es fiel, pero también reconoce el pésimo estado de salud del mercado. "La gente se va a comprar a los supermercados. Hasta el Mercado Central ha dado un bajón... si no fuera por los guiris".

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