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CRÍTICA MUSICAL

Madre amantísima y envenenadora en masa

La escasa entidad dramática del libreto lastra la Lucrezia Borgia de Donizetti 

28/03/2017 - 

VALÈNCIA. La producción de Lucrezia Borgia presentada este domingo en el Palau de les Arts, cuya escena firma Emilio Sagi, tuvo de bueno la concepción abstracta de los decorados que, sin contradecir el libreto, permitían liberarse de una ubicación cronológica excesivamente determinada. También resultó positiva la elegancia y funcionalidad de la escenografía, cuyos módulos conformaron espacios tan diferentes como una terraza veneciana, las distintas estancias (prisión incluida) del palacio de Alfonso d’Este en Ferrara, o el salón de la princesa Negroni. Más cuestionables resultaron el tono gris y la frialdad siempre acechantes, o la innecesaria -aunque se haya convertido ya en objetivo irrenunciable de los directores de escena- explicación argumental que se le da al espectador mientras discurre la obertura. El público comprende perfectamente, en su momento, que Gennaro es el hijo de Lucrezia. Y si antes ha entendido su relación de otra manera, será porque tal equívoco forma parte del entramado dramático. La obertura debiera cumplir su función de prólogo con las armas de la música instrumental (que no son pocas), dejando para después que la escena y el canto, junto a la orquesta, desarrollen la historia.

En la versión de Donizetti, con libreto de Felice Romani a partir del drama homónimo de Víctor Hugo, Lucrezia es un personaje que aúna el papel de amorosa madre con el de envenenadora sin escrúpulos, y ni siquiera unos pentagramas tan excelentes como los del compositor de Bérgamo consiguen hacerla creíble. Tampoco los personajes de su hijo Gennaro o su esposo Alfonso d’Este acaban de tener la verosimilitud y complejidad suficientes para que el espectador se involucre en el drama. Quizá Maffio Orsini, con la cálida –y recíproca- amistad que mantiene con Gennaro (también teñida de ambigüedad), sea el mejor construido desde un punto de vista teatral, por lo que también despierta una gran simpatía en el público. Tuvimos en Les Arts, además, a Silvia Tro para encarnarlo (se trata de un personaje travestido), quien ya lleva tiempo trabajándolo. Tro empezó su actuación con cierta tirantez en las zonas extremas de la voz, pero a medida que entraba en materia se la fue oyendo con unos registros perfectamente igualados, una emisión segura y una coloración de su instrumento vibrante y atractiva, tanto en el canto pleno como en los recitativos.

Ensayo General de Lucrezia Borgia (Foto:Tato Baeza)

Resultó asimismo agradable el timbre de William Davenport (Gennaro), pero la voz se mostró con frecuencia quebradiza en la franja aguda. Marko Mimica, como Alfonso d’Este, lució un instrumento potente y rotundo, aunque bastante plano en el terreno expresivo. Un nutrido grupo de cantantes del Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo (Fabián Lara, Alejandro López, Simone Alberti, Andrés Sulbarán, Andrea Pellegrini, Moisés Marín y Michael Borth) se encargaron con éxito de los personajes secundarios. También gustaron José Enrique Requena y Lluís Martínez, del Cor de la Generalitat.

Es esta una ópera donde todo gira alrededor de Lucrezia Borgia, la hija del papa Alejandro VI, a la que Donizetti dotó de pentagramas realmente temibles, en los que se exige un dominio exquisito de las técnicas vocales que llenaron la primera mitad del siglo XIX, y que confluyeron en el denominado -con fundamento- bel canto: canto bello, canto bonito, canto por encima de todo. Ni siquiera en los momentos de mayor dramatismo y desgarro emocional, la voz debía perder su belleza, y las firmas de Rossini, Bellini y Donizetti se encargaban de poner los cimientos para ello. No se hacía, por otra parte, nada demasiado distinto a lo propugnado por la gran tradición canora del siglo XVIII, aunque la línea argumental, fuertemente influida por el Romanticismo, proporciona una envoltura distinta. Lucrezia Borgia se enmarca bien en estas coordenadas, y quien la encarne ha de defender su papel con armas impecables.

Ensayo General de Lucrezia Borgia (Foto:Tato Baeza)

La edad de Mariella Devia se lo permite con cierta dificultad (tiene 69 años), aunque en un proceso inverso al devenir de los años, la Lucrezia de este domingo fue muy superior a la Norma que brindó, sobre el mismo escenario, en marzo de 2015. Evidentemente, los requerimientos no son idénticos, pero ambas suponen retos considerables en ese étereo espacio de la belleza vocal. Devia mostró esta vez un fiato más firme (capacidad para dominar, en todos sus parámetros, el flujo de la voz,), con un buen control del vibrato que, con su tambaleo, arruinó aquella Norma, unas agilidades tan brillantes como sabiamente adaptadas al actual estado de su aparato fonador, una estética irreprochable en la configuración del fraseo, y un legato modélico. Le faltó –porque quizá nunca lo ha tenido- un centro de la voz algo más corpóreo, al estilo de la Caballé (otra de las grandes intérpretes de este papel) en sus mejores momentos. Pero, con todo, presentó un catálogo espléndido de los recursos que tiene la voz humana, el instrumento más espléndido inventado hasta la fecha.

Fabio Biondi, a la batuta, solucionó con rapidez los pequeños y esporádicos desajustes que se produjeron entre foso y escena. Orquesta y coro se plegaron bien a sus indicaciones, pero lo cierto es que el resultado global no superó lo estrictamente correcto.

La función del día 1 se retransmitirá en streaming, gratuitamente, desde la web The Opera Platform.


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