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Por qué el fútbol

14/07/2018 - 

VALÈNCIA. "Ojalá el fútbol fuera simple", dice el filósofo Dario Sztajnszrajber. Porque si lo fuera, "impulsar una revolución social sería mucho más sencillo". Pero no lo es. El arte de disfrazarlo como un juego –principal actividad de empresas como UEFA– nos confunde a creer que sí. Pero luego resulta que el Mundial de 2022 se disputará por primera vez en invierno y por primera vez en estadios desmontables. Resulta que el Camp Nou se convierte en el principal altavoz hacia el mundo de la convulsión independentista catalana. Que Gibraltar no podrá enfrentarse "nunca" en una fase de clasificación a España o que la FIFA multa cualquier expresión política sobre el terreno de juego. Cualquier expresión explícita o implícita, durante los 90 minutos y más allá. ¿Y qué hay más político que una prohibición?

El fútbol es el acontecimiento político de mayor impacto en la contemporaneidad. Obliga al posicionamiento en el mundo. A elegir la pertenencia a un club, a establecer la enemistad con un rival o a rechazar su trascendencia. El fútbol es eso: antropología. Es un disparador en la construcción de la identidad individual y colectiva más allá del género. Pero pensando en este, les pondré un ejemplo: hasta no hace tanto –quizá siga sucediendo, desgraciadamente– ser varón y no querer saber nada del fútbol ya suponía un posicionamiento determinante. A la hora del recreo, o formabas parte del aquelarre o algo pasaba contigo. Algo que, a poco que te enfrentases, iba a ser relacionado con tu inclinación sexual. 

El fútbol nos atraviesa desde mucho antes de que sepamos de qué va todo esto. Para los nacidos después de la II Guerra Mundial, el fútbol supone una evidente expiación militarista. Con un poco de azúcar y esa píldora que os dan –himno de la homeopatía–, el fútbol se convierte en la expresión supuesta del enfrentamiento entre naciones. Es geopolítica de bata y pantuflas. Es esa alegoría de una patria que algunos sienten como una virtud genética y que otros, a base de campeonatos como el que este domingo acaba, tenemos que soportar. Como si al enfrentamiento acudiera una representación del pueblo. ¿Quién les ha elegido? ¿Quién los apodera? Son el tipo de ideas que a uno le vienen a la cabeza especialmente tras haber caído eliminado en un Mundial.

Un aficionado inglés en Benidorm duerme –rodeado de bebidas– mientras su equipo está a punto de ser eliminado por Croacia (Foto: RAFA MOLINA)

El fútbol es poder. Por posición o por ambición. Por ostentación o por envidia. Es el falocentrismo sobre el terreno de juego que se evidencia en los reflejos del lenguaje sexual en la narración de un partido. El culmen es ese milagro del orgasmo exógeno: el gol. La penetración del balón en el último espacio físico del rival. Aquel del cual se ha privado su acceso por todos los medios. El que libera placas tectónicas de poder. El que mueve despachos y genera reuniones. Lo que sea por conseguirlo. Es el sexo vestido que aglutina en un palco a jefes de estado, primeros ministros y divinos herederos del feudalismo. Es poder en tanto que es economía: directa, indirecta, sumergida y megalómana. Capaz de provocar inversiones exóticas, salidas a bolsa y que todas las multinacionales necesiten tener su campaña milmillonaria si es año de competición internacional.

Es todo lo dicho y por ello el porqué del fútbol es enigmático. Coincido hasta la médula con Sztajnszrajber cuando dice que, sea cual sea ese motivo, no tiene relación con la estética. Ni con la Estética, filosóficamente hablando. Será porque los dos seguimos a clubes en los que la pericia física no está por encima del resultado. Pero yo les pregunto, ¿de qué le sirvió la estética a España contra Rusia hace tan solo unos días? El filósofo argentino va más allá y asegura que, efectivamente, gozamos cuando nuestro equipo se recrea al ganar. Cuando un partido acumula caños, precisión en el 80% de los pases y belleza en la ejecución de los goles. Pero no va de eso, porque nada tiene sentido si al sonar el pitido final el videomarcador no alivia la tensión acumulada durante el encuentro. 

Entonces, ¿por qué lo vemos? Si la estética no vende entradas de fútbol, ¿por qué? Las entradas las vende el enfrentamiento. El conflicto. Foucault invirtió el axioma de Clausewitz para decirnos que la política es la continuación de la guerra por otros medios. ¿Y no es el fútbol la continuación de la política por otros medios? Pensarán que si bajamos peldaños podemos relajar la idea hasta su ideal romántico. Pero en el fútbol amateur las niñas y niños entrenan y compiten para ganar. Más allá del buenismo, a edades muy tempranas, en cualquiera de los madrugones de fin de semana que se suceden por Occidente, la sensación de abatimiento entre los niños y adolescentes tras una derrota es evidente. 

El interés de los telespectadores chinos hasta modificar el horario de las televisiones españolas es el mismo: asomarse al conflicto. Ver un Madrid - Barça con todos los ingredientes. Es la contienda lo que importa. Es el rival quien da sentido al fútbol. Es lo que dice Carl Schmitt sobre cómo el enemigo genera 'mi' identidad. Porque no es tanto un planteamiento nietzschiano: lo que no nos mata, no es que nos haga más fuertes, sino que, justo al contrario, nos alimenta. Y es ese parásito necesario quien hace crecer la hierba y pinta el lugar exacto desde el cual se lanza un penalty. Al fútbol y a la realidad de cada seguidor le define el Otro todo el tiempo. Cuando empieza el partido y durante toda la temporada. En esta temporada, en la siguiente y en el balance histórico, porque el fútbol, como el mar, no cesa. 

El fútbol nunca se acaba y por eso se asemeja tanto a la felicidad. Y al amor. Nunca se colma. El poco sentido que pueda tener, si es que lo tiene, pasa por su condición de no dejarse atrapar nunca del todo. Ni siquiera en los tiempos de Messi o la España del tiki-taka. Porque enseguida se acaba. Es una fabrica insaciables. De mujeres y hombres conectados a un desequilibrio constante entre la desazón y esperanza. Porque aunque hayas ganado tres Champions consecutivas, tu lado más vulnerable aflora si tu delantero decide que no va más. Porque el vacío y la intranquilidad que recorren tu cuerpo son los mismos que los de aquel a quien 'se le marcha' el entrenador que les ha salvado de caer a Primera Regional tras fichar por un Segunda B. Nunca nada se cierra del todo en este invento del demonio y por eso es tan difícil saber por qué el fútbol.

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