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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Yo he visto a David Lynch fumarse un puro en Rocafort

8/05/2016 - 

VALENCIA. Mientras se van filtrando detalles sobre la nueva versión de Twin Peaks, uno no puede dejar de acordarse de aquellos años en los que David Lynch era el rey de lo inusual. Fue por entonces que visitó Valencia, recorrió un tramo de la calle Cavillers fue agasajado como la estrella de culto que era.

En 1992 Sevilla tuvo su Expo y Barcelona, los Juegos Olímpicos. En Valencia tuvimos que conformarnos con tener a David Lynch durante un día, que tampoco fue moco de pavo. Mucho más tranquilo que un macroevento e infinitamente más imprevisible, el que todavía podía ser considerado entonces el director del momento se materializó en nuestra ciudad para causar una pequeña conmoción social y cultural. Por aquel entonces, Lynch era popular aquí gracias a Twin Peaks, serie que, por más increíble que parezca, se estrenó con gran éxito en Tele 5, haciendo compañía a las Mama Ciccio en su parrilla de programación. Cuando el director de Blue Velvet pisó suelo valenciano, ya se había emitido entre nosotros la segunda temporada, que acabó siendo un galimatías incomprensible y naufragó. También había estrenado Twin Peaks. Fire Walk With Me, película que era mucho más indigesta aún que la citada temporada de la serie, tanto que nadie se atrevió a estrenarla en España. A pesar de todo esto, Lynch gozaba aún de un sólido prestigio, y en una ciudad como Valencia, tan poco acostumbrada entonces a personajes así, su llegada fue celebrada por el mundillo cultural como una especie de aparición mariana porque, en cierto modo, eso es lo que fue el ratito que duró.

David, el director pintor

El motivo que trajo al director a nuestra ciudad en la primavera de 1992 fue la inauguración de una exposición con sus pinturas sufragada por la Diputación, muestra que durante un par de meses ocupó la Sala Parpalló. Una primicia a escala europea que durante unos días –en aquellos tiempos prehistóricos anteriores a internet, el efecto de las cosas siempre duraba más que ahora- nos hizo ser la envidia cultural del resto de España. Recuerdo un acto de inauguración muy concurrido, con mucha expectación, mucho político y muchos medios locales. Por más que quiera no puedo olvidar los comentarios de un compañero que se afanaba por caminar a su lado, para ir aireando prácticamente en tiempo real todas las conclusiones a las que había llegado mientras veía a la estrella de cerca. Así era un poco el Valencian style de la época…


Caloret, camina conmigo

Lynch actuaba como era habitual en él. Como si nunca hubiese roto un plato. Como si no hubiese convertido a Isabella Rossellini en víctima de una pesadilla sexual ni descubierto que la reina de la belleza de Twin Peaks era en realidad la reina de las perversiones. Visto de cerca se diría que todas sus excentricidades estaban condensadas en su obra. En persona seguía siendo esa versión un tanto atípica de Jimmy Stewart. Un tipo alto y muy correcto que sería el vecino ideal (suponiendo que esa especie exista) de no ser por esa mirada inquietante que proyecta sobre lo cotidiano y lo no cotidiano. Iba ataviado con su imagen de entonces, bléiser,  pantalones negros y camisa blanca abotonada hasta el cuello. A pesar del calor que hacía, ese calor traicionero tan propio de aquí, mantuvo ese último botón abrochado mientras todos los que nos agitábamos a su alrededor sudábamos que daba miedo. Lynch acababa de llegar de París, donde tres días antes había sido padre de su tercer hijo, así que aquellas temperaturas debieron parecerle una bendición. Estaba contento, pero eso no era nada extraño porque David Lynch parece estar contento siempre. Solo que en ese momento tenía muchos motivos para estarlo. Hasta entonces sus pinturas se habían exhibido en muy raras ocasiones y, coincidiendo con esta muestra, la Filmoteca había programado un ciclo que incluía toda su producción, desde sus primeros cortos hasta  experimentos multimedia como Industrial Symphony nº 1, la performance en la que Julee Cruise cantaba colgada de un arnés.

Atrapando ideas

Hubo rueda de prensa que el artista afrontó con ese simpático estoicismo tan suyo y tan warholiano a la vez. Los que preguntaban intentaban infructuosamente dar con el secreto de sus enigmas; el interrogado se afanaba en demostrar que misterios había muy pocos. “Las ideas no proceden de mi interior -explicó-, simplemente me siento en un sillón tranquilamente y ellas vienen a mí y yo las sigo”. También contó que años atrás había rechazado dirigir El retorno del Jedi porque sabía que aunque la digiera él iba a ser siempre una película de George Lucas. Hablo de su atracción por los paisajes industriales  y de las grandes chimeneas que siempre le han fascinado y que de vez en cuando asomaban en Blue Velvet, Eraserhead y Twin Peaks.

Las lechuzas no son lo que parecen en Rocafort

Esa noche hubo una cena en su honor en  un restaurante de Rocafort. No sé explicar cómo conseguí que me invitaran, pero allí estuve, junto con algunos compañeros de Canal 9. La idea no era cenar sino entrevistar a Lynch poniendo en marcha la vieja estrategia del aquí te pillo, aquí te mato, estrategia que hoy resultaría absurda por impracticable. Pero al igual que en otras ocasiones –supongo que la vanidad entonces podía más que el agotamiento que produce el ser preguntado por más o menos las mismas cosas una y otra vez-, la estrategia funcionó. Funcionó, claro está, previa presentación de uno mismo como un rendido admirador, que era lo que en esas situaciones activaba la chispa. Lynch se estaba fumando un puro habano más propio de un empresario taurino que de un cineasta de culto, y aceptó responder a unas cuantas preguntas en el bonito jardín de Villa Amparo. 

Lynch y el indie

Lo mejor del encuentro –que fue inmortalizado por el Flaco García Poveda, memoria viva de lo acaecido en esta ciudad desde ni se sabe- no fue la entrevista –una serie de preguntas más o menos acertadas y formuladas de manera más o menos beoda por un servidor- que acabó publicada en Fotogramas. Lo mejor fue la cara de sorpresa de Lynch cuando le conté que existía un grupo de Boston llamado Pixies que en directo interpretaba la canción de Eraserhead, In Heaven (Lady In The Radiator Song). Le sorprendió tanto que me pregunté si no estaría interpretando un papel. Pero era cierto. Lynch vivía en su propio mundo y la existencia de un grupo que era poco menos que su equivalente musical, le resultaba completamente ajena. Como la noche era joven y mis amigos y yo más, optamos por ir hasta Valencia, subir a mi casa, coger el maxi single de Pixies con la susodicha canción, volver a Rocafort y regalarle el disco a Lynch que ahí ya sí que debió flipar en colores, que ya es decir, porque la jornada valenciana, solo con que alguien le explicara lo que son las fallas y las mascletás, debió ser de aúpa. Me quedé sin mi vinilo de Gigantic –me arrepentí un poco el día después, con la resaca a cuestas- así que quiero pensar que está en algún rincón de la casa de David Lynch, y que de esa manera, y aunque sea de un modo tangencial,  estoy presente en su universo bizarro. 

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