Su viuda desvela que muchas veces pensaba primero el título de la obra y luego sobre lo que quería pintar: “A veces pensaba sobre lo que quería pintar y se arrancaba a través del título, era lo que le inquietara en ese momento. Daba por finalizada su creación cuando ponía el nombre de la obra en el reverso del cuadro, en ese momento le daba la vuelta y el cuadro ya no le pertenecía”. A esta anécdota añade que el pintor siempre reflejaba en sus obras todo tipo de elementos que le conectaban con lo actual, aunque de alguna manera despreciaba a quienes se hacían llamar “artistas del pop”: “Él incluía su imaginario en su obra porque es lo que le rodeaba y lo que pintaba, pero no le gustaba aquellos que se consideraban artistas pop. Sus cuadros eran un reflejo de su vida en ese momento”.
Su visión, como la de una mosca, se dividía en mil para abarcarlo todo. Muestra de ello es el estudio del Cordero Místico, por primera vez expuesto en València, la interpretación personalísima del políptico de los hermanos Hubert y Van Eyck en el que Arroyo se permite incluir personalidades como Buñuel y María Callas. Bajo esta obra de gran magnitud se encuentra una filera de moscas que sobrevuelan las interpretaciones del artista, y que para Oropesa representan aquello que sobrevuela su mente: “La mosca está presente en gran parte de su obra, se puede interpretar como algo que está presente constantemente o tal vez como un elemento que molesta. También es una interpretación de sus inquietudes y sus aficiones”.
Estos insectos, pertenecientes al orden de los dípteros, también se posan sobre algunos de los textos de sala en los que el propio artista se autodefine, y a través de los que el visitante puede conocerle. El propio Arroyo consideraba que la pintura en sí era una ‘autobiografía pintada’: “Estás pintando constantemente tu vida. Es el resultado de tu evolución. La mía es una pintura muy autobiográfica, con curiosidades, si quieres, exteriores, que son miradas producidas por la cotidianidad en un cierto sentido: la lectura de un libro, un paseo por la ciudad… todas tienen una relación muy estrecha con la vida de uno”.
Con este relato personalísimo, el anecdotario que despliega su viuda y la cuidada mirada de Oropesa, sobre su obra, se le conoce a través de su pintura que resulta una carta de presentación excelente. La muestra resulta un adentramiento en el diario del pintor a lo largo de ochenta obras con todo tipo de técnicas e historias. Algunas de ellas, tras su mordaz crítica, esconden también las cotidianidades del pintor, que según reza uno de los textos de sala se nutría constantemente de sus referentes para pintar, hasta sin quererlo.
“Para mi es imposible pintar sin pensar en Goya”, declara uno de los vinilos firmado por Arroyo, quien solía visitar el Prado acompañado de amigos y como si fuera una especie de juego. Oropesa añade una anécdota final para acabar de conocer a este excelente pintor contemporáneo: “Visitaba el Prado con sus amigos en busca de elementos claves en los cuadros: animales, personajes… era una especie de juego. Cuando se demoraba más tiempo decía a sus acompañantes que le esperaran en el bar, que él ya acudiría”, añade la comisaria.
Quien se introduzca en Eduardo Arroyo encontrará en su muestra este mismo reto. Entre sus cuadros personajes sin cara, escenas de películas, símbolos del dólar, gatos, moscas, perros y artistas reconocidos observan cara a cara al visitante que busca adentrarse en el universo amarillo del pintor. Una muestra para disfrutar con mil ojos y para sobrevolar con calma.