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LA PANTALLA GLOBAL

James Bond: una franquicia
para la eternidad

EDUARDO GUILLOT. 03/10/2014 Antes de que termine 2014 comenzará el rodaje de la nueva película protagonizada por 007, el agente secreto bitánico con licencia para matar

VALENCIA. Ya tiene fecha de estreno en España: Octubre de 2015. Y también se sabe que el rodaje comenzará el próximo 6 de diciembre. Pero todavía quedan muchas incógnitas por desvelar en relación con la vigesimocuarta película protagonizada por el agente 007. Entre ellas, el título. A la dirección repetirá Sam Mendes, que parece haberle cogido el gusto tras Skyfall (2012), aunque nadie hubiera aventurado hace unos años que el responsable de American beauty (1999) terminaría dedicándose a tales menesteres.

Por supuesto, James Bond será Daniel Craig, a quien le quedan aún dos películas para finalizar contrato. Y en cuanto a la nómina habitual de malvados y acompañantes femeninas, todo son quinielas. Que si Daniel Radcliffe, que si Penélope Cruz, que si Kate Upton... El baile de nombres y los cruces de apuestas también forman parte de la maquinaria promocional del proyecto, que necesita generar noticias regularmente.

En cualquier caso, lo más sorprendente es que, más de medio siglo después de Agente 007 contra el Dr. No (Dr. No, Terence Young, 1962), el personaje surgido de la pluma de Ian Fleming continúe gozando de tan excelente estado de salud cinematográfica. Sobre todo, porque nadie las tenía todas consigo cuando se rodó el primer film.

Cuenta la leyenda que el novelista salió del estreno farfullando: "¡Espantoso! ¡Simplemente espantoso!" Y Albert R. Broccoli, uno de los productores, afirmaría años después: "Yo creía en el éxito de una película, no en el de toda la serie. Hasta ver la respuesta que obtuvo Desde Rusia con amor (From Russia With Love, Terence Young, 1963) no comprendí que teníamos una mina de oro en las manos".

VIVIENDO EN LA ERA POP

Aunque su origen literario data de 1953 (año en que se publica Casino Royale), James Bond llega al cine casi una década más tarde, de modo que "se inscribirá en un mundo moderno y será el gran héroe de la era pop", como señala Carles Prats en el ensayo Bond. James Bond. Agitado y revuelto (Ediciones Glénat, 1998). "Su fascinación por todo tipo de objetos, desde los coches hasta los neones publicitarios, su actitud hedonista y el propio tono de los relatos en que se mueve, le convertirán en un mito de los nuevos tiempos", asegura el autor. Tampoco conviene olvidar la empatía que despertará en un espectador masculino deseoso de vivir sus aventuras en escenarios exóticos y de compartir lecho con las bellas mujeres que se cruzan en su camino.

Sin embargo, es probable que los factores clave de la longevidad de la serie hayan sido los elementos que han contribuido a hacer reconocibles las películas Bond, independientemente del actor que haya encarnado al agente secreto o de los directores que se han situado tras la cámara.

Unas señas de identidad que ya forman parte de la cultura pop, desde la imagen de 007 visto a través del cañón de una pistola hasta la inconfundible banda sonora de John Barry, cuyos leitmotivs han seguido siendo utilizados por todos los compositores que han trabajado en la serie. Sin olvidar la habitual secuencia de acción que sirve como prólogo (y que aparece a partir de Goldfinger, 1964), previa a unos títulos de crédito que siempre son un prodigio visual.

Aunque suele ser motivo de intensos debates, menos importancia ha tenido el actor escogido para encarnar a Bond. Es cierto que Sean Connery estableció un nuevo patrón para el héroe de acción, y que la elección del australiano George Lazenby, que solo participó en 007 al servicio secreto de su majestad (On Her Majesty's Secret Service, Peter Hunt, 1969), resultó desafortunada, pero incluso un intérprete tan impersonal como Roger Moore acabó por encajar en el personaje, al que aportó una vertiente irónica que remitiría con la llegada de Timothy Dalton y, posteriormente, Daniel Craig, más cercanos al carácter brutal y despiadado de Connery.

Por su parte, Pierce Brosnan (que se incorporó a la serie cuando ya no quedaban novelas ni cuentos de Fleming que usar como base literaria para los guiones) logró una convincente mezcla de ambas actitudes, dando el perfil de dureza requerido sin renunciar a un mesurado sentido del humor.

Connery es el único actor que ha retomado el personaje. Lo hizo en dos ocasiones. La primera fue en Diamantes para la eternidad (Diamonds Are Forever, Guy Hamilton, 1971), cuando hubo que rescatarlo para reparar el desaguisado que había supuesto la elección de Lazenby. Entonces cumplió, pasó el testigo a Moore y aseguró que nunca volvería a encarnar a Bond.

Por eso Warhead se tituló Nunca digas nunca jamás (Never Say Never Again, Irvin Kershner, 1983), en alusión irónica a un Connery que, esta vez sí, se metería por última vez en la piel de 007 para dar una visión inédita del agente secreto: Un héroe cincuentón, bajo de forma y desubicado en un nuevo mundo donde la destreza tecnológica gana terreno a la acción física. Una reflexión nostálgica que quedó como una rara avis en la filmografía Bond.

CAPACIDAD DE ADAPTACIÓN

Como se ha dicho, las primeras películas de James Bond marcaron el camino a seguir para el cine de espionaje posterior, que imitaría la fórmula hasta la saciedad. El personaje de Fleming se presentaba como un hombre de acción, lejos de los taciturnos tipos anónimos que se mueven entre las sombras en las novelas (y adaptaciones cinematográficas) de John Le Carré. Pero la explicación de su supervivencia está directamente relacionada con su capacidad de adaptación. Por un lado, a las circunstancias históricas. Por otro, a las modas.

La primera película Bond se realiza en plena era Kennedy, durante uno de los momentos más distendidos de la guerra fría, por lo que los productores deciden introducir algunos cambios en su siguiente aventura, Desde Rusia con amor. En la novela original (de 1957), el enemigo es el servicio secreto ruso, pero seis años después resulta más políticamente correcto que ese papel lo juegue la siniestra organización criminal Spectra (también creación de Fleming), a la que Bond se enfrentará en varios títulos de la serie.

Con los años, ese papel lo desempeñarán también diversas ramas del terrorismo internacional y hasta un magnate de los medios de comunicación, trasunto de Rupert Murdoch, en El mañana nunca muere (Tomorrow Never Dies, Roger Spottiswoode, 1997), uno de los mejores títulos de la franquicia.

Tachada a menudo de machista, la serie volverá a mostrar su capacidad camaleónica con el golpe de efecto que supuso convertir en mujer al personaje de M, superior directo de Bond. Fue en Goldeneye (Martin Campbell, 1995), y ha tenido los rasgos de Judi Dench hasta Skyfall, donde la releva (por causas forzosas) Ralph Fiennes.

En cuanto a la capacidad de la serie para adaptarse a las modas, no deja de ser curioso que comenzara siendo modelo a seguir y haya terminado por adecuar sus contenidos al entorno. Una tendencia que comienza a manifestarse en los años setenta, cuando Roger Moore otorga un carácter más socarrón al personaje.

Vive y deja morir (Live and Let Die, Guy Hamilton, 1973) enfrenta a Bond con una red de narcotraficantes afroamericanos, precisamente en un momeno en que la industria se está volcando con la blaxploitation, mientras que en El hombre de la pistola de oro (The Man with The Golden Gun, Guy Hamilton, 1974) parte de la acción se localiza en Bangkok, con objeto de introducir en el guión unos cuantos combates de artes marciales, de gran éxito entre el público tras las taquilleras Karate a muerte en Bangkok (Tang shan da xiong, Wei Lo, 1971) y Operación Dragón (Enter the Dragon, Robert Clouse, 1973), ambas protagonizadas por Bruce Lee.

Otro caso llamativo fue el de Moonraker (Lewis Gilbert, 1979). Al finalizar la película inmediatamente anterior, La espía que me amó (The Spy Who Loved Me, Lewis Gilbert, 1977), los títulos de crédito anunciaban la prevista Solo para sus ojos (For Your Eyes Only, John Glen), que se retrasó hasta 1981 para dar prioridad a Moonraker, que metió a Bond en aventuras espaciales con objeto de aprovechar el filón abierto por La guerra de las galaxias (Star Wars, George Lucas, 1977) en el terreno de la ciencia ficción.

En la actualidad, la espectacularidad de los efectos digitales en las cintas de acción ha uniformizado todas las grandes producciones, y James Bond juega en la liga de Jason Bourne y otros agentes secretos del nuevo siglo, sustituyendo los entrañables gadgets de antaño por sofisticados ordenadores, pero siempre dispuesto a continuar seduciendo mujeres mientras liquida a los malvados de turno sin atisbo de piedad. Cincuenta años después, todo ha cambiado para que todo siga igual.

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