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LA PANTALLA GLOBAL

'El nacimiento de una nación': 100 años de polémica y talento

EDUARDO GUILLOT. 01/05/2015 La película de David W. Griffith, venerada por su calidad técnica y cuestionada por su discurso racista, cumple un siglo

VALENCIA. Para tener cien años, se conserva estupendamente. Un siglo después de su estreno, El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation, David Wark Griffith, 1915) sigue siendo considerada "la película que pasa la página decisiva en la historia del cine: Desde aquí comienza, verdaderamente, a ser un arte independiente, el gran arte de nuestro tiempo", tal como escribió el crítico Manuel Villegas López. Sin embargo, y como ocurre con muchas obras maestras, su parto fue difícil. Griffith partió de un presupuesto de 40.000 dólares, que fue creciendo hasta llegar a los 110.000, el rodaje y montaje posterior se prolongaron durante seis meses, y la versión final del film, de tres horas, fue considerada demasiado larga por los distribuidores, así que el cineasta tuvo que organizar su propio circuito de exhibición por todo el país. Un éxito sin precedentes y dieciocho millones de ingresos en taquilla le dieron la razón.

El origen de la película se remonta a 1911, cuando Griffith dirigió La batalla (The Battle), un cortometraje de 19 minutos ambientado en la Guerra de Secesión. El interés del cineasta en el conflicto era producto de su ambiente familiar, ya que su padre había sido coronel del ejército confederado, así que cuando un par de años después leyó la novela The Clansman, del reverendo Thomas Dixon, decidió llevarla a la gran pantalla. El libro, abiertamente racista y defensor de la esclavitud, había sido un éxito de ventas, y ya existía una adaptación previa, dirigida en 1912 por William Haddock, pero se rodó sin pagar los derechos de autor y nunca llegó a estrenarse. Además, Griffith incorporó a la historia elementos de otra obra de Dixon, The Leopard's Spots, y algunos recuerdos de su progenitor.

PRODIGIO NARRATIVO

La película recorre algunos de los momentos clave de la historia americana de finales del siglo XIX, como la guerra civil o el asesinato de Lincoln, pero si se ha convertido en un hito es porque con ella nació, oficialmente, la sintaxis cinematográfica tal como la conocemos hoy en día. Quizá para un espectador actual resulte de lo más normal asistir a una construcción narrativa en la que se desarrollan acciones en paralelo o se alternan tomas generales con planos medios y primeros planos, pero en 1915 supuso una auténtica revolución. El teórico Lewis Jacobs subraya que, en El nacimiento de una nación, "las acciones dentro de cada toma, y la duración de cada una de ellas, están organizadas para crear un efecto de movimiento continuo. La tensión dramática se intensifica por medio de un montaje rápido, atrevidos ángulos de cámara y efectos nocturnos. La creación de suspense por medio del montaje fue explotada por Griffith con la máxima habilidad y audacia".

El trabajo de Griffith y su operador de cámara, William Bitzer, sentó las bases del relato canónico hollywoodiense, y aunque diez años más tarde el soviético Sergei M. Eisenstein (que escribió un ensayo sobre el director americano) propondría una alternativa al método de montaje institucionalizado por el discurso hegemónico estadounidense con otra indiscutible obra maestra, El acorazado Potemkin (Bronenosets Potemkin, 1925), el poder de penetración del cine americano impuso desde la época muda un modelo narrativo que se ha perpetuado hasta nuestros días, y que tiene defensores tan poco sospechosos como Orson Welles: "Ninguna industria, ninguna profesión ni forma de arte deben tanto a un solo hombre", dijo refiriéndose a Griffith. "Todo director que ha llegado tras él no ha hecho más que seguirle. Creó el primer plano y movió la cámara por primera vez. Fue más que un padre fundacional y un pionero, ya que sus obras perduran con sus innovaciones".

Pocas veces ha existido tal unanimidad. O casi. En su gigantesca obra The Story of Film. Una odisea (The Story of Film: An Odissey, 2011), de quince horas de duración, el crítico Mark Cousins se atreve a desafiar la opinión general y afirma que "a diferencia de otros autores, a Griffith se le recuerda demasiado. Que inventara el primer plano y el montaje no es cierto. Pero hizo algo más valioso para el arte cinematográfico: Dijo que tenía que ‘mostrar el viento en los árboles'. Antes de Griffith solía rodarse en escenarios cerrados, sin aire. Él llevo el viento a los árboles del cine en films como Las dos tormentas (Way Down East, 1920). Lo que Griffith y Bitzer hicieron en 1914 y 1915 con todo su talento, su imaginería, sus espléndidos travellings y sus grandes exteriores es uno de los mayores shocks de la historia del cine. Crearon una engañosa obra sobre el estado de la nación que promovió el racismo, y demostró el poder del cine y su peligro".

CONTROVERSIA IDEOLÓGICA

Y es que si se dejan a un lado los aspectos puramente técnicos (que no son pocos), nos encontramos con que, siguiendo a Cousins, El nacimiento de una nación "contiene escenas racistas en las que se tilda a los senadores negros de borrachos y sucios, y emplea música de Wagner para la ilustración sonora de una escena en la que el Ku Klux Klan, heroico y emocionante, rescata a una familia blanca". De hecho, la película es, en esencia, una glorificación de la organización supremacista, presentada como la quintaesencia de la pureza aria. En unos Estados Unidos donde la segregación racial se prolongó hasta mediados del siglo XX y las heridas de la guerra civil no habían cicatrizado del todo (solo habían pasado cincuenta años desde su finalización), el film encendió los ánimos de la sociedad, y tras algunas proyecciones se produjeron incluso agresiones y palizas contra espectadores negros. Más aún: Aunque el Ku Klux Klan se había disuelto en 1869, a mediados de los años veinte volvía a contar con cuatro millones de miembros.

El carácter netamente racista de El nacimiento de una nación ha dividido a menudo a los críticos. Si bien nadie duda de la maestría de Griffith a la hora de dirigir multitudes, usar la profundidad de campo, mostrar las escenas de batallas o liberar a la cámara del corsé de la frontalidad, las opiniones a la hora de valorar su posición ideológica varían según los casos. El analista Juan Hernández Les afirmaba: "Hay que ver la película como un objeto de la historia, pero también como un hecho histórico, algo que acaece en 1915, mucho antes de la revolución de octubre. Por eso, el que los buenos sean los blancos, y el que los blancos funden el Ku Klux Klan para apiolar a los negros, y el hecho de que Griffith comparta este punto de vista, no debería infundir en los jinetes del Apocalipsis la apreciación moral, sino el aprecio de la lógica".

Evidentemente, la película se erige también como un valioso documento sociológico, no solo por su visión de la guerra civil, sino porque su discurso era compartido en el momento de su estreno por gran parte de la población estadounidense. En el polo opuesto a Hernández Les, el ya citado Villegas López no duda en afirmar que el film es una "monstruosidad artística y racista, tratada de modo muy elemental, muchas veces con escenas breves de un sintetismo primario; la psicología de los personajes es muy esquemática, con personajes muy bueno o muy malos, hasta resultar cómicos. Incluso muchos de los negros son falsificados, actores blancos pintados".

Así pues, cien años después la polémica sigue abierta. ¿Legitima la genialidad de la obra su abyección ideológica? ¿O son cuestiones que hay que ponderar por separado? Es evidente que El nacimiento de una nación es un vehículo cinematográfico de propagación de ideas nocivas, que puede considerarse un claro precedente de lo que sucedería, años más tarde, con los documentales de Leni Riefenstahl a mayor gloria del Tercer Reich: El triunfo de la voluntad (Triumph des Willems, 1935) y Olimpiada (Olympia, 1938). Dos films repletos de innovaciones técnicas y narrativas al servicio del ideario nazi. La directora alemana sufrió las consecuencias hasta el fin de sus días, rehén de una lectura ideológica de su obra que muchas veces relegó a un segundo plano sus méritos artísticos. ¿Existen límites según los casos?

En 1916, Griffith realizaría Intolerancia (Intolerance: Love's Struggle Throughout the Ages), otra ambiciosa y espectacular película que ilustra la injusticia provocada por el fanatismo (religioso y social) del ser humano, a través de cuatro episodios localizados en diferentes momentos de la historia. Algunos analistas han querido ver en el film una cierta intención del director por entonar el mea culpa, pero lo cierto es que comenzó a rodarlo antes del estreno de El nacimiento de una nación. La cinta de Griffith ha pasado a la posteridad por sus méritos cinematográficos, pero conviene recordar que, a lo largo de la historia, las grandes producciones mainstream americanas (el paradigma podría ser Lo que el viento se llevó) nunca han dejado de estar salpicadas de detalles que, de maneras más o menos sutiles, se encargan de explicitar cual es el orden natural que defienden. En cuestiones de raza, pero también de género y de clase. Ninguna imagen con vocación de penetración global es inocente.

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