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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Canciones, cambios y transición, o cómo ser el hijo raro que nunca tuvieron los Alcántara

RAFA CERVERA. 24/05/2015 A veces una canción es mucho más que música y letra, es un lugar que se nos ha quedado grabado en fuego en nuestra memoria. Reescucharla es volver allí

VALENCIA. A veces todo cambia mientras uno cambia. El exterior cambia a la vez que tu interior se transforma. Ojalá que hoy, día de elecciones, fuese uno de esos días en los que el mundo alrededor cambia de verdad. Mi adolescencia coincidió con uno de esos procesos. La realidad que me rodeaba empezó, lentamente, a ser otra. Y mientras tanto en mi interior iban sucediéndose ajustes privados que poco a poco me convertirían en la persona que estaba destinado ser.

En la España de 1977 tuvieron lugar las primeras elecciones generales, llegó una amnistía para los presos de conciencia, el PCE fue legalizado y la llamada batalla de Valencia ya se había desatado; y mientras esas y muchas otras cosas ocurrían en la calle, adolescentes como yo entrábamos en contacto con ciertas clases de música.

CADA CANCIÓN UN RECUERDO

Nick Cave sostiene que la música  tiene el potencial que otras artes no tienen, que es el del cambiar completamente tu mente en tres minutos, alterar la química de tu cuerpo, tu estado de ánimo, tu perspectiva. Yo, que estoy completamente de acuerdo con eso, añadiría que, cuando esto se produce en la adolescencia, no son simples cambios momentáneos. Las canciones que revolvieron mi vida están unidas inevitablemente a lugares de una ciudad que como el resto del país, salía del sopor del miedo.

Esas canciones forman parte de un mapa híbrido de sonidos, emociones y lugares. Me fui topando con ellas entre 1977 y 1980, en momentos y circunstancias muy distintos. Su recuerdo también va ligado al olor de los muebles de mi habitación de estudiante, al trayecto que conducía hasta la casa de algún amigo, a la luz viajando conmigo por las calles del Barrio del Carmen.

‘SACHER MASOCH' CON NOCILLA

Los cambios del mundo exterior me producían curiosidad pero la importancia real de que tuviésemos un presidente elegido en las urnas se me escapaba. Lo que me sacudía con fuerza eran otros asuntos más pequeños, implícitos a mi proceso de transición personal. La primera vez que escuché a Velvet Underground fue en la cocina de casa de mis padres, cuando vivíamos entre Pérez Galdós y la Avenida del Cid. Tenía 14 años.

Llegué corriendo del colegio, nervioso porque por fin había conseguido que un compañero del colegio me grabara una cinta con el primer álbum del grupo, inédito entonces en España. Estaba solo en casa y gracias a eso pude llevarme el reproductor de casetes a la cocina. Creo que fue comienzo pan con Nocilla cuando oí por primera vez Venus in furs.

A pesar de lo infantil del contexto, cuando escuché el sonido morboso y chirriante y la voz de Lou Reed supe que aquella canción me hablaba a mí, no porque me interesaran las perversiones sexuales siendo tan pequeño, sino por lo que significaba aquello, el mundo que se estaba abriendo ante mí. Quedar fascinado por una canción que narra una relación sadomasoquista no es lo habitual a esa edad. Años después, escribiendo un libro sobre Alaska, ella me contó que había vivido una situación similar junto a Bernardo Bonezzi, y ya me quedé más tranquilo.

EN TRANCE CON DONNA SUMMER

En esa época teníamos un apartamento en la playa de Pobla de Farnals. Los viajes allí siempre estarán asociados a la casete I remember yesterday de Donna Summer. El disco me encantaba, pero sobre todo quería que los trayectos se prolongasen lo suficiente para que sonara  I feel love, que estaba al final del álbum y duraba más de ocho minutos.

Era música de otro planeta que me iba hipnotizando mientras el coche avanzaba en dirección a la playa. Caía en una especie de trance que, estando  la voz de Donna Summer de por medio, también debía tener algo de erótico. El trance podía romperse por la imperiosa realidad, cuando mi padre encendía la radio con la esperanza de captar alguna noticia esperanzadora.

El mismo verano en que vibré una y otra vez con I feel love murió Elvis Presley y aunque el luto general estaba en el aire, a mí preocupaba mucho más ingeniármelas para acceder a discos más oscuros. Los Alcántara habrían flipado bastante si les llega a tocar un hijo como yo.

RECORRER VALENCIA PENSANDO EN NUEVA YORK

A veces lo que te producía un cortocircuito interior no era una canción. Podía venir de la portada de un disco con el que topabas por casualidad -las casualidades no existen- en las cubetas del Mercadillo Avellanas o en los puestos del Rastro de la Plaza Nápoles y Sicilia. Allí encontré Blank generation de Richard Hell & the Void-oids; solo con ver aquella portada ya supe que ese álbum era para mí.

Con el disco metido en una bolsa de plástico inicié el retorno a casa, un itinerario que variaba según el tiempo, el clima o el humor del que estuviera. Casi siempre era a pie y siempre implicaba atravesar el centro, caminar por la Plaza de la Virgen pensando en Television. Cruzar la Avenida del Oeste aferrado a un disco de The Tubes. Pasar por Ángel Guimerá pensando en los Ramones. Recorrer Valencia soñando con Nueva York.

El día que cargué encantado con Blank generation, atravesando la calle del Hospital a la carrera, la recompensa fue grande. Cuando lo puse en el plato y sonaron los primeros acordes de la guitarra de Robert Quine, mi absurda vida de adolescente inadaptado volvió a tener un sentido.

Días después, a principios de diciembre de 1978, tuvo lugar el referéndum tras el cual se aprobó la Constitución Española, y sí, entendía que vivíamos un momento importante, pero no era comparable a la descarga de adrenalina que producían la guitarra de Quine y la voz de Hell aullando palabras nihilistas.

Entre los 14 y los 17 años hubo muchos momentos así. Cuatro años cruciales, en los que, mientras este país intentaba zafarse de un pasado negro, yo intentaba comprender y disfrutar películas que hasta hacía poco habían estado prohibidas. Buñuel, Herzog y Passolini en las pequeñas pantallas del Aula 7, el Artis y el Xerea. En 1980 John Lennon fue asesinado, Peter Sellers murió, Radio Futura tocó por primera vez en Valencia y yo quedé fascinado por el ímpetu rítmico de Remain in light de Talking Heads.

El mundo no dejaba de cambiar pero es posible que yo fuese algo más deprisa, o al menos esa era la sensación cuando la música también me conducía a otros universos que no eran sonoros -Warhol, Pollock, Burroughs, Rimbaud...- y que no figuraban en los libros de texto. Bailando, como decía Patti Smith al final de Land, al sencillo ritmo de una canción de rock & roll.

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1 comentario

25/05/2015 07:17

Excelente esta nota.

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