El lector se adentra en un campo de trigo y comienza a conocer a una jovencísima Raimunda, la misma que ve como las bombas caen sobre su pueblo y que se ve obligada a empacar las maletas para ir a un lugar mejor. Conforme crece podemos ver cómo se enamora, cómo abre un pequeño negocio de ultramarinos -que más tarde se ve obligada a cerrar- y cómo prepara a sus dos hijos para que vayan a clase una vez están instalados en València. “Es un diario visual de su relato, manchado también con algunos toques de ficción para mantener el ritmo. Se muestran zonas más céntricas de València porque aportan más a la historia y mantienen el ritmo, también edificios emblemáticos que permiten al lector saber dónde estamos sin palabras”.
Con esto el autor dibuja las Torres de Serranos, la Estación del Norte que se asemeja a la boca de un gran monstruo y edificios emblemáticos como la Finca Roja. Otros elementos conectan también con la figura de la abuela como tal, como la decoración o la forma de hacer las cosas: “Dibujo una cama con cabezal metálico que es de su casa y el butacón en el que nos sentamos a hablar y del que luego se desvanece. También el gesto de recoger migas de la mesa, tan característico de padres y abuelos”, explica Castañeda, quien se sirve de sus recuerdos de las tardes con su abuela para poder plasmar su hogar en València, germen de esta historia, en las páginas. Paseando entre recuerdos y trigales Castañeda es capaz de traducir horas y horas de conversaciones en un imaginario que se trabaja casi como un storyboard, también logra pintar la luz en tonos de blanco y negro cuando su abuela encuentra por fin una nueva vida en la ciudad y finalmente se compromete a salvaguardar el recuerdo de Raimunda con el mismo cariño con el que ella porta la fotografía de su abuela.
