GRUPO PLAZA

POPURRÍ AUDITIVO

La escucha en colectivo es la escucha mejor

Experimental, viajero y conjugado en plural: así es Soniquetes, el ciclo de creaciones sonoras que quiere revolucionar tus orejas

18/12/2023 - 

VALÈNCIA. Cafeteras que silban, canciones que nos amenizan los recados, conversaciones ajenas que intentamos espiar disimuladamente, coches enfurecidos, gritos en las múltiples pantallas con las que interactuamos, pájaros, bebés que lloran … El sonido nos acompaña desde que abrimos medio ojo cada mañana hasta que hundimos la cabeza en la almohada (siempre un poco más tarde de lo que nos habíamos prometido). Sin embargo, ¿cuánto tiempo dedicamos a escuchar de verdad? No a oír en medio de un multitasking desaforado, sino a sumergirnos con calma en los estímulos acústicos. Y en caso de hacerlo, ¿en cuántas de estas ocasiones se trata de un ejercicio realizado en soledad y en cuántas de una práctica compartida?

Pues justo en esas coordenadas se mueve Soniquetes. Este ciclo de escucha colectiva ofrece en cada sesión un puñado de audios experimentales, documentales radiofónicos y pódcasts creativos. El proyecto, que se celebra en Espai Llimera, está a cargo de Carys Wall y Laura Romero. Tras emitir sus primeros compases en el mes de octubre, Soniquetes celebró su última sesión del año el pasado jueves. Orejas interesadas, preparen su agenda de 2024: la próxima cita tendrá lugar en febrero. 

Es posible que en este momento del relato haya quien se esté preguntando de qué hablamos cuando hablamos de radioarte y sus periferias. Bien. En el menú de Soniquetes ya han desfilado producciones como Treetop Radio, de Cicely Fell, que cuenta cómo un radioaficionado de Ucrania establece, desde los bosques y a través de señales de radio a larga distancia, una amistad con otro radioaficionado de Carolina del Norte. También el delicado Crossings, de Phoebe McIndoe y Redzi Bernard, donde Sahid narra su proceso migratorio desde Sierra Leona a Estrasburgo. O The disintegration loops, que aborda los incendios forestales en Estados Unidos a través de bucles sonoros.

Una no se levanta un martes cualquiera y decide poner en marcha un popurrí de sonidos en clave grupal. ¿O sí? Laura Romero relata el origen de Soniquetes: “Carys y yo nos conocimos en el Máster de Pódcast de Barreira. Intercambiando audios y conversaciones, nos dimos cuenta de que en València, y en España en general, no existían espacios que celebraran escuchas experimentales de audio o de pódcast creativos, espacios donde conocer piezas sonoras diversas. Esa necesidad personal de ambas nos llevó a lanzar la iniciativa”. Para ello, contaron con la inspiración y el apoyo de asociación británica In the dark, un colectivo de creadoras que llevan una década realizando eventos de este tipo en diferentes ciudades de Europa.

La mayoría de gente conoce una serie de pódcasts convencionales y queríamos explorar el lado más creativo de este universo. Creemos que ese tipo de piezas las puedes apreciar más en un evento donde prima el silencio y compartiendo espacio con otras personas que, por ejemplo, en el bus y con auriculares de poca calidad”, indica Wall.

Resulta una obviedad algo vergonzante recordar lo muchísimo que ha cambiado el mundo del audio en los últimos años. Más o menos igual de obvio que apuntar el meteórico crecimiento en el consumo de pódcasts. Pero, como recalcan las responsables de Soniquetes, estas aproximaciones a la galaxia sonora son “muy individualizadas. En otros países europeos existen festivales de audio creativo donde la gente se reúne en un auditorio, en un teatro o en espacios más informales, como puede ser un bar, para llevar a cabo estas escuchas; proyecto que, en cierto modo, emulan a los cineclubs”.

En esa voluntad de impulsar una escucha activa, las impulsoras de Soniquetes explican el origen, autoría, contexto y tema de cada pieza antes de darle al play. Herramientas que permiten entender mejor obras como A Walk Through My Cũcũ’s Farm, una pieza en swahili de la autora keniata Nyokabi Kariũk, en la que “a pesar de no comprender el idioma, hay muchos detalles sonoros, más allá de las palabras empleadas, de los que se puede disfrutar”. Romero y Wall también cuentan por qué les parece interesante o por qué la han elegido. En el ecuador del encuentro hacen un descanso “porque, intelectualmente, estar atento escuchando tanto tiempo seguido resulta complicado”.

El audio como vicio, el audio como adicción

Identificados los contornos de Soniquetes, nos acercamos a sus participantes, a esas orejas que se han dejado caer por alguna de sus sesiones en la que los tímpanos son protagonistas. “En estas citas se juntan profesionales del audio, periodistas, actores de voz, artistas sonoros… y gente que nunca ha escuchado iniciativas acústicas tan innovadoras. Estos suelen contarnos que han descubierto un mundo nuevo, pues no conocían la existencia de este tipo de arte. También hay quien encuentra aquí inspiración para empezar a realizar sus propios proyectos de audio experimental. Cuantas más referencias tienes, más se amplía y se enriquece tu horizonte”, explican las responsables de Soniquetes. Aquí,Wall lanza su particular deseo auditivo: “que a los siguientes encuentros vengan creadores de otras disciplinas y descubran cómo pueden aplicar su producción al universo sonoro”.

Uno de esos adictos a la escucha es Andrés Vallejo. Este taxista considera el audio como algo fundamental en su existencia: "prefiero la radio a la tele, me encanta la música, los pódcasts, incluso el ruidismo y el arte sonoro. Suelo escuchar programas de debate político y social. Además, por mi oficio, escucho mucho a la gente a la que transporto, algo maravilloso. Veo el taxi como un pequeño estudio sociológico diario”.

También a la parcela de aficionados al sonido pertenece Ludivine Ratel, quien alberga en su morral acústico unas buenas dosis de contenido musical, pero no suele bucear en pódcasts, documentales sonoros o audiolibros. “Las escuchas grupales me resultan muy enriquecedoras, es como si estuvieras en el salón de un amigo con mucha gente. cada uno da la visión sobre lo que más le gustó, cómo se sintió… Así, puedes conocer detalles y entender aspectos de cada pieza que no captarías si la escucharas tú sola en casa”, relata.

Por otra parte, en el caudal de asistentes vinculados laboralmente al mundo de la oreja encontramos a Rolando Alonso, editor de sonido y artista foley, “desde muy joven comencé a trabajar como realizador sonoro en la radio. Y como sigo dedicándome a ello, el sonido es parte integral de mi vida. En mis horas libres intento escuchar todo lo que puedo: podcasts, documentales, audioseries…”

Habitualmente, accedemos a la despensa de lo sonoro en clave individual: dejamos que unos cuantos podcasts se deslicen por casa cuando limpiamos, nos lanzamos al espíritu ‘main character’ mientras vamos por la calle con los auriculares puestos y escuchando temazos a un volumen mucho más de lo razonable, discutimos en soledad con cualquier tertuliano radiofónico en los trayectos en coche… Frente a esas experiencias que chapotean en la introspección, la escucha en colectivo presenta unas reglas del juego completamente distintas. Para Alonso la percepción de las obras “toma otro cariz al acercarse a ellas en comunidad. Se crea un ambiente muy especial con diferentes lecturas de lo escuchado, pues cada cual tiene su forma peculiar de vivir el sonido y de analizar la obra”.


Para Romero, un aspecto esencial de este aquelarre 'orejil' es la atmósfera en la que tiene lugar: “para disfrutar de cómo abordan el sonido estas piezas es necesario un dispositivo de escucha con cierta calidad y una atención plena por parte de la audiencia. Pretendemos difundir audios quizá más exigentes, pero que también permiten una inmersión total y una vivencia sensorial intensa. Y todo ello en un ambiente cálido, con luz tenue y, si quieres, acompañado de una copa de vino”. “Acceder a estos contenidos es como acercarse a un museo para descubrir nuevas obras de arte” reflexiona Wall.

Siguiendo con la sociología del taxi, Vallejo defiende que los seres humanos somos animales sociales “aunque cada día lo parezca menos, con tantas personas cruzándose unas con otras sin levantar la cabeza del móvil, por ejemplo”. Y precisamente por ello, reivindica que estas sesiones de escucha conjugadas en plural suponen viajar “a la época que se reunía la gente en tabernas, muchas veces en clandestinidad, para debatir o compartir conceptos, creencias… Por suerte, hoy en día la parte de la clandestinidad no es necesaria (todavía)”. También con la idea de la sociabilidad como elemento esencial del individuo, Wall habla de esa conexión que surge cuando “estás escuchando algo y notas la risa de otra persona a tu lado. La gente sigue yendo al cine para tener esa vivencia en comunidad y eso mismo queremos hacer con el audio. Al final, las producciones sonoras que mostramos son historias… y las historias son emociones”.

De collages sonoros a ficciones independientes (como la producción Recursos Humanos, de Jesús Matsuki y Jesús Agudíez), la versatilidad del audio convierte cada entrega de Soniquetes en un pequeño carrusel de lo inesperado. De hecho, Ratel comenzó a acudir a estas citas sin tener muy claro con qué tipo de obras se iba a encontrar. ¿El resultado? La satisfacción que provoca salir al encuentro de lo desconocido: “hay piezas un poco ‘locas’, otras son más parecidas a documentales…. Existen un montón de posibilidades distintas y eso me fascina”.

La sorpresa también ha guiado hasta ahora la experiencia de Alonso en los lares del martillo, el yunque y el estribo: “uno queda asombrado al escuchar lo que se está haciendo en el mundo y a lo que, por una razón u otra, no accedemos. Los contenidos experimentales, al no estar marcados por el mercado del pódcast, hacen que la mente (en mi caso, como creador de contenido) se abra y vea un futuro más allá de lo que conocemos. ¿Qué mejor manera de abrir camino que difundir estas obras que no están en las plataformas habituales?”. En el caso de Vallejo, reivindica el carácter evocador de lo acústico, “igual viajas a un bar en Berlín que a un centro comercial en California o a un bosque de la Toscana”. Y lo haces, además, en buena compañía.

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