El primer vegetariano en Bioconstrucción

La Casa Viva, un oasis sostenible en Ruzafa

Ya sabía yo cuando entré en ese restaurante hace unos meses que no sería uno cualquiera, que no era un pegote más de la moda, que no tenía más pretensiones que dar bien de comer.

| 10/05/2019 | 3 min, 51 seg

Y a lo largo de este tiempo, 4 meses que lleva abierto, no han hecho más que reforzar cada una de mis palabras.

La artífice, Inés, alemana de nacimiento, lleva en la restauración desde sus 20 años. Con esta edad ya marcaba bien la dirección cuando decidió montar un chiringuito en Calpe. Un chiringuito en bioconstrucción, eso sí. Esto significa que cada uno de los elementos que lo conformaban tenían segunda vida, eran de bajo impacto ambiental o ecológicos. Allí, a 100 metros de la playa, cuando todavía no sabíamos que existían estos conceptos, montó su barra de cócteles naturales sin alcohol. Habría sido mi paraíso (el mío, y el de cualquier abstemio).

Más adelante, alrededor de los años 80, probó suerte en Benissa, con otro local también en bioconstrucción y ofreciendo una carta más amplia, aunque siempre vegetariana. Suerte que le duró, por cierto, 8 años. “Venían desde Alicante adrede para comer”, me cuenta. Toda una hazaña tratándose de los tiempos que corrían.


Años después, guiada por su imparable visión y por su pasión, decide cerrar esta etapa y seguir creciendo, dando así paso a un nuevo concepto más completo. Su restaurante en Tavernes de la Valldigna. Aunque me explica que fue puro azar del destino. Mientras reformaba una barraca de la localidad, la crisis les sacudió los planes e hizo lo mejor que pudo, aprovecharse de ella. Con la resiliencia en una mano y la brocha en otra, convirtió la barraca, junto a su familia, en el primer restaurante vegetariano de la zona, La Casa Viva. Restaurante al que pronto añadieron un hotel basado en los mismos valores.

Y así, como algo natural para ellos, sin mucho que meditar, poco más tarde llega La Casa Viva de Ruzafa. Probablemente uno de mis restaurantes preferidos. La experiencia empieza desde fuera, cuando no puedes evitar mirar por la ventana todas esas luces tenues que caen sobre las mesas. Ahora descubro, que ninguna está colocada por azar. Que cada lámpara, tono de luz, tamaño, están pensados para crear el mejor ambiente para el comensal. Que se cuida hasta el más mínimo detalle. Que cada objeto que ves en la sala es reciclado y tiene una historia pasada, que las mesas cuentan con más de 50 años, que las paredes se visten con los instrumentos musicales de sus hijos y la barra simula las olas del mar, bajo tus pies, el suelo que pisas y la barra se hicieron con yeso ecológico de una cantera. Ellos, con sus manos y nueve meses de margen, sin ningún plan preestablecido, reformaron sobre la marcha el número 76 de la calle Cádiz y lo convirtieron en un templo de la sostenibilidad.

¿Y la comida? La carta del restaurante es completamente vegetariana, aunque en su vida privada apueste por una dieta vegana. Una carta cuidada desde los entrantes hasta los postres. Una carta en la que no predominan los fritos ni los azúcares, pero no te faltará el dulce. Una carta que tiene en cuenta la cocina macrobiótica pero que es divertida. Una cocina con productos ecológicos, en la que es más importante el buen producto y el disfrute, que sacrificar su calidad.

¿Su plato estrella? Me cuenta que, como entrante, triunfa su tabla de patés. La primera vez que la vi me recordó a una paleta de pintura, llena de colores y de vida. Cada uno diferente del anterior. Como plato principal, la lasaña de calabaza, y estoy totalmente de acuerdo. No hay vez que haya ido y no haya acabado comiéndola, siempre la recomiendo. Las pizzas las puedes personalizar, eligiendo bases como la de yuca o de carbón activo, entre otras. Entre los postres, pudin, tarta o helados, todo casero.

¿Y el futuro? Seguir creciendo. En breve ampliarán su horario y podremos disfrutar también de sus desayunos y de sus meriendas.

Un restaurante con un nombre que no le podría definir mejor. Un hogar repleto de calidez, de amabilidad y de sabor. Una cocina con alegría, que como ella dice, sin la alegría, no se conseguiría nada.

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